
“Hace como tres meses y medio que no nado porque me agarré una intoxicación que me activó una gastritis crónica leve y después dos resfríos”, dice Martín Balza, sentado en el living de su departamento de Barrio Norte. A los 84 años, el exjefe del Ejército de Carlos Menem va tres o cuatro veces por semana al club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, frente al Hipódromo de Palermo, y sigue corriendo la competencia del Master Seniors. Lúcido, activo y atento, Balza atesora toda una vida de recuerdos y condecoraciones. Su cara en la tapa de la revista Newsweek, una foto con Fidel Castro en Bariloche en 1995 a los pocos meses de su autocrítica, una imagen a doble página de las tablas con Garry Kasparov en 1997 y una infinidad de documentos que guarda con obsesión.
El exembajador de Néstor y Cristina Kirchner en Colombia y Costa Rica dice que Bolsonaro todavía es una incógnita, relativiza los proyectos del Gobierno para permitir que los militares hagan inteligencia interior y prefiere ubicar a Mauricio Macri como continuidad de un abandono presupuestario que, según remarca, sufren las Fuerzas Armadas desde que él concluyó su misión. Al final de una carrera que narra con detalle en “Bitácora de un soldado. Mis memorias de Perón a Kirchner”, el general que quedó en la historia por reconocer los crímenes de la Dictadura militar niega que haya habido un retroceso en el Ejército en materia de derechos humanos y discute con la pasión intacta. “¿Qué sector empresarial hizo autocrítica? ¿Qué sector sindical? ¿Qué sector de la Iglesia acá? No le tiremos al pobre papa Francisco. ¿La guerrilla? ¡Ninguno! Los medios de comunicación, los bancos, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural elogiaban el Proceso y hasta el día de hoy ninguno hizo autocrítica”, dice.
Este año vivió un momento incómodo durante la asunción del nuevo jefe del Ejército, Claudio Pasqualini.
Sí, pero no lo atribuyo a Pasqualini. Evité que el ministro Aguad viviera una situación incómoda porque no reaccioné. Vinieron cuatro mujeres y uno o dos civiles a decirme que era un “hijo de puta” y un “traidor”. No sé quién las invitó.
Parece raro que hayan sido invitadas sin el aval del jefe del Ejército.
Las invitaciones las cursó el jefe del Ejército que se fue. Eso no quiere decir que Pasqualini no haya invitado a sus amigos. Estamos hablando de unas 60 ó 70 invitaciones a mujeres de condenados por delitos de lesa humanidad. Nunca vi algo así. Cuando yo era jefe, invitaba a las esposas o hijos de víctimas de la lucha contra la subversión, como en Formosa… Además, ¿a quién traicioné yo? ¿A un gángster como Massera? ¿A quiénes torturaron y robaron? ¿A un coronel como Pascual Guerrieri que en 2002 llamó por telefóno a un hijo mío para decirle que nos iban a matar a toda la familia? Hoy tiene dos o tres perpetuas. ¿A quién? ¿A Videla, a Bussi, a Díaz Bessone?
“En la asunción del nuevo jefe del Ejército, vinieron cuatro mujeres y uno o dos civiles a decirme que era un “hijo de puta” y un “traidor”. No sé quién las invitó. Estamos hablando de unas 60 ó 70 invitaciones a mujeres de condenados por delitos de lesa humanidad. Nunca vi algo así”.
Deben decir que usted también actuó durante la Dictadura y después hizo la autocrítica más dura.
Hay miles de oficiales y suboficiales que durante la Dictadura actuaron donde tenían que actuar. Los delitos de lesa humanidad fueron de una élite, una élite de inteligencia. ¿Cuántos presos hay del Ejército entre imputados, procesados, condenados? ¿800? El Ejército en ese entonces tendría unos 7000 oficiales, cerca de 30.000 suboficiales sin contar los soldados y unos 1500 civiles de inteligencia. Yo estuve donde tenía que estar. Pero ninguno de estos hombres, con poder decisión y dominio del hecho, ¡ninguno se hizo responsable de las órdenes que daba! ¡Fueron cobardes! Suárez Mason lo dijo en el Estado Mayor en el año 79 y como yo estaba ahí destinado en una oficina de Artillería, lo escuché. Después lo repitió en Mar del Plata: “pasarán sobre mi cadáver antes que tocar un subordinado mío en la lucha contra la subversión”. Cuando empezó la cosa, se rajó a Estados Unidos, de ahí lo trajeron. ¡Cobarde!

¿Cómo era para usted estar en funciones durante la Dictadura?
No estuve nunca en un destino operativo durante la Dictadura. Fui jefe de unidad pero nunca fui jefe de área ni de zona, ni nada de eso. Además, los dos primeros años me agarra en Perú, desde fines del ‘75 hasta febrero del 78, haciendo dos cursos: uno en el Centro de Estudios Militares y el otro en la Universidad de San Marcos. Asciendo a teniente coronel en Perú. Después fui destinado como jefe del departamento Doctrina y Enseñanza de la Escuela de Artillería. Fue el año del conflicto con Chile y el del Mundial. Volví y estuve en el Estado Mayor y me designan jefe de unidad de Paso de los Libres en el ‘80.
El Ejército hizo el trabajo sucio y fue un instrumento del poder económico.
Algunos hombres del Ejército. Sí. Todos estos que he nombrado. El golpe de Estado no fue para terminar con la subversión, que ya estaba terminada, fue para cambiar un sistema económico. Contra el terrorismo, respondieron con el terrorismo de Estado, que es mucho más grave. Tendrían que haber aplicado el rigor de la ley, que facultaba imponer la pena de muerte, de la que yo no soy partidario por motivos religiosos.
¿No hubo un retroceso con Milani primero y ahora con Pasqualini?
Milani asciende a oficial superior en 2001. La Constitución en los artículos 12, 13, 14 y 15 dice que el presidente provee los empleos militares con acuerdo del Senado en caso de ascenso a oficial superior, es decir, con el grado de coronel y general.
¿No lo tuvo?
Interesante. En el año 2001, yo llevaba dos años de retirado, Brinzoni elevó la propuesta de ascenso de tenientes coroneles a oficial superior, al grado de coronel, al ministro de Defensa Jaunarena y a De la Rúa. La Comisión de Acuerdos del Senado y los 72 senadores aprueban ¡sin ninguna objeción! el ascenso del teniente coronel Milani a coronel. El Ejército manda los pliegos y una síntesis del legajo. ¿Cómo aprobaron ese pliego? El escándalo fue cuando tuvo que ascender de coronel a general. Él ascendió tres veces más, de coronel a general, de general de brigada a general de división y de general de división a teniente general. Ahí sí, en ese ascenso, tuvo 39 votos a favor y 30 en contra. ¿El Cels no conocía el legajo de Milani? ¿Verbitsky no lo conocía a Milani?
Garré lo promovía.
¿Y Garré conocía a Verbitsky? ¿Quién lo propuso?
Garré lo sigue defendiendo y Cristina Kirchner nunca lo cuestionó. ¿Para usted Milani fue un retroceso como jefe del Ejército o no?
Yo no estoy para objetar decisiones de otro. Respondo por mis decisiones durante ocho años al frente del Ejército. Además jamás vi el legajo de Milani.
Pero habrá visto a la familia Ledo que lo denunciaba.
Sí, denuncias, pero hasta ahora no tiene ninguna condena.
¿Usted hubiera promovido a un militar denunciado?
No, no, no. Lo hubiera tenido stand by hasta aclarar la situación en la Justicia. Pero tampoco por una denuncia puedo crucificar a un tipo.
Denuncia de los organismos de derechos humanos que hicieron todas las denuncias mientras la ley beneficiaba a los represores.
Bueno, pero entonces… la ley es la norma de carácter general que rige la convivencia social. ¿Queremos vivir en un marco legal o manejarnos con tribunales populares?
Y si la ley es impunidad, Obediencia Debida, Punto Final e Indulto…
No sé, no sé, no sé. La amnistía es una facultad del Poder Legislativo. El Poder Ejecutivo puede indultar a condenados por la Justicia Federal, como dice la Constitución. Los indultos de Menem fueron los que originaron todos los quilombos. Si se indulta a un procesado, hay injerencia del Ejecutivo en el Poder Judicial y se le impide a ese procesado demostrar su inocencia en un juicio. Menem firmó 270 indultos para miembros de las organizaciones armadas irregulares, militares de la Dictadura y también para Rico, Seineldín y todos los que se habían levantado contra la Democracia. Fue una ley de amnistía encubierta. Esos indultos fueron inconstitucionales. La Corte Suprema los declaró así en 2007.
¿Lo discutió alguna vez con Menem?
En septiembre de 1994, 1995, yo le había entregado a Menem una invitación para un acto en el Regimiento de Patricios. Cuando me estoy por ir, me dice: “me han dicho que hay algunas cosas que yo he hecho que usted no está de acuerdo”. Le dije: “es probable, señor Presidente. Pero eso no altera la subordinación”. “Por ejemplo ¿qué cosas?”, me dice. “Los indultos, señor Presidente”. “Pero yo lo hice para pacificar”. “Sí, señor, pero usted indultó a Seineldín y después el 3 de diciembre hubo que combatir. Seineldín fue dos veces indultado”.
“¿A quién traicioné yo? ¿A un gángster como Massera? ¿A quiénes torturaron y robaron? ¿A un coronel como Pascual Guerrieri que en 2002 llamó por teléfono a un hijo mío para decirle que nos iban a matar a toda la familia? Hoy tiene dos o tres perpetuas. ¿A quién? ¿A Videla, a Bussi, a Díaz Bessone?”
¿Hay sectores que aprovechan la designación de Pasqualini, cuya esposa es hija de un represor, para forzar un retroceso dentro del Ejército y una reivindicación de la Dictadura?
No, en absoluto creo que pueda darse. No hay dudas de la inserción del Ejército en las instituciones republicanas y en los valores democráticos. Ahora, que hay sectores no sólo en la fuerza -y también en la civilidad, de distintos partidos políticos- que dicen con el Proceso en el fondo…
¿El mensaje del Gobierno no se presta a confusión?
No se puede reivindicar lo irreivindicable. El tema de derechos humanos en el mundo está arraigado. Torturar, violar mujeres, afanar propiedades ¿qué tiene que ver eso con los valores cristianos?
En el libro critica mucho a un fiscal de alto protagonismo, Stornelli.
Conmigo fue un mediocre y falló en todo. Porque yo apelé y la Cámara dijo que no había nada para imputarme ni a mí ni a los otros generales acusados ni al Ejército. Ningún militar del Ejército fue a juicio ni por las armas ni por Río Tercero, los que fueron eran de Fabricaciones Militares y dependían de Defensa.
Atribuye la actuación de Stornelli a que es hijo de un militar de la Dictadura.
No me cabe ninguna duda. Yo dejé cesante a su padre, además él tenía muy buena relación con los carapintadas y su esposa era sobrina del último ministro del Interior de Videla. Yo no puedo ordenar que se entregue una lapicera, todo salió de Fabricaciones Militares. Me querían hacer pagar la llamada “autocrítica”.

Empieza el libro con una pregunta: “¿Cuándo caduca el pasado?”. ¿Lo sabe ahora, después de escribirlo?
Borges creo que se preguntó eso. Si tuviera la respuesta, la daría. El problema de la memoria es que a veces incluye el olvido.
El 13 de junio de 1982 le dejó a usted otra pregunta: ¿por qué Dios me permitió vivir?
Ese día fueron los combates más intensos. Fue terrible, era el día de mi cumpleaños. La artillería británica abrió fuego desde las 10, 11 de la mañana hasta las cuatro de la tarde, después a la noche hubo bombardeos navales y de la Fuerza Aérea. Al mediodía hubo un intenso fuego de contraartillería con los ingleses. Intenso fuego terrestre, aunque ellos, de repente, interrumpían el fuego y se hacían una pasadita con avioncitos también. Yo estaba recorriendo una de mis baterías al sur de Puerto Argentino. Me acuerdo de dos cosas. Un soldado correntino me gritó: “póngase el casco mi teniente coronel”. Yo estaba sin casco. Porque el casco es pesado, molesta. Me emocionó. Porque el tipo me estaba cuidando: me lo puse.
¿Qué más recuerda?
Nos tiramos cuerpo a tierra y a 10, 15 metros, el cabo primero Ángel Quispe, un jujeño, también se tira. Se produce una pausa de fuego, tres, cuatro minutos. Entonces corro hasta mi puesto de comando que era un contenedor reforzado con tambores de 200 litros, con turba. Se sacudió todo, lo vemos a 20 metros a Quispe boca abajo. Entonces, grito al médico, viene y lo damos vuelta. Estaba entero. Sangraba por la boca, por los oídos y por la nariz. La onda explosiva lo había matado. Me acuerdo de que lo vi, le hice la señal de la cruz, le corté la identificación y dije “llévenlo al lugar de reunión de muertos”. Muchos habrán dicho: “justo fue Quispe. ¿Por qué no Balza?”.
¿Encontró la respuesta que buscaba?
Y qué sé yo. Los designios de Dios son difíciles de interpretar. Están fuera del alcance nuestro.