El ajuste como salvación

Nota publicada en La Política Online el 6/8/2022.

Mucho apoyo, tal vez más incluso del que tuvo Mauricio Macri. Pero en un contexto muchísimo más complicado. Para asumir como interventor del gobierno del Frente de Todos, Sergio Massa logró reunir el agua y el aceite: el respaldo de una fracción apreciable del establishment junto con el de la vicepresidenta y jefa de la porción mayor de los votos dentro de la alianza oficialista. También el de los tanques de la comunicación, el de la CGT, el de una parte de los movimientos sociales, el de la embajada de Estados Unidos y el de fondos de inversión que militan por la suya desde Wall Street.

Por alguna razón específica, a Massa todos lo consideran el salvador, ese traje que el superministro se calzó antes de tiempo y ahora busca dejar a un lado, como se vio en su primera aparición en el Palacio de Hacienda. Que todo ese arco heterogéneo que se abraza a él quede conforme con su obra de gobierno sería un milagro de los que no abundan.

Todavía en Buenos Aires, en estado de disponibilidad y a la espera de que el Senado vuelva a aprobar su pliego de embajador, Daniel Scioli le transmitió en las últimas horas a los colaboradores de la vicepresidenta un deseo que parece hijo del rencor: “Ojala este muchacho le transfiera parte del apoyo que tiene a Cristina”, les dijo. En un capítulo más de la saga que los enfrenta, el ex motonauta, que duró un mes con el cartel de presidenciable, se tuvo que ir por la ventana con la llegada del ex intendente de Tigre.

La demostración de poder de Massa habla de su capacidad de reunir adhesiones pero también de la situación límite que vive la economía con inflación descontrolada, brecha letal y falta de dólares en el país que tuvo desde que asumió el Frente de Todos un superávit comercial de U$S 30.000 millones. Si el Banco Central sigue perdiendo reservas al ritmo que lo hizo en la primera semana de gestión del superministro, en 10 días se quedará con saldo negativo, según los cálculos de la consultora Eco Go.

Massa sabe primero que nadie que lo suyo no será una beca. Él mismo se lo dijo a uno de los peronistas de su confianza, cuando le comunicó su decisión: “Este barco se está hundiendo y yo no tengo escapatoria. Me voy a jugar para sacarlo a flote”. Licuado el gran capital electoral que tuvo entre 2013 y 2015, el ex intendente entiende que está ante la oportunidad de reconstruirse como candidato, pero en un contexto explosivo.

Aunque logró armar un equipo que en el gobierno consideran mucho más capacitado que el de Guzmán y Batakis, no está claro quien queda a cargo de la macro y sobran indicios de que no todos quieren atravesar el fuego que viene: a la ausencia de Martin Redrado, Miguel Peirano y Diego Bossio en el gabinete del superministro se le pueden sumar el ofrecimiento que rechazó Marina Dal Poggetto y el extraño rulo de Rubinstein.

Salir de la emergencia y lanzar su campaña presidencial son objetivos que están atados, como se pudo advertir en las dos caras que el team Massa ofreció en el día de su asunción. La euforia del massismo residual en medio del velorio político de Alberto Fernández contrasta con la partitura escrita a la que se aferró el ministro cuando anunció sus metas leyendo y dio cuenta de los enormes desafíos que le tocan.

Quedó claro en las filminas que se proyectaron en Economía: en su ranking de prioridades, Massa empieza por hacer el ajuste que Guzmán dejó inconcluso por falencias propias y conspiraciones ajenas. El mismo propósito que tenía Batakis pero con el codiciado aval de Cristina y de La Cámpora.

El freno a la emisión y la reducción del déficit fiscal con eje inicial en un más amplio aumento de tarifas para reducir el sistema de subsidios pro-ricos -que describió Guzmán y a Kulfas le daba vergüenza- ahora es parte del programa de salvación al que se abraza el 99 por ciento de la dirigencia todista. Junto con eso, viene la suba de tasas que busca contener la fuga al dólar al tiempo que encarece el crédito a la producción y no conduce al crecimiento que promociona José De Mendiguren sino a la recesión. Todo lo que antes resultaba indigerible ahora es motivo de saludos de aprobación producto de la desesperación. Pedirle al cristinismo que milite el ajuste tal vez sea demasido.

Sentada en una punta de la mesa, con un Massa que giró para salir en la foto, la vicepresidenta ofreció todo el apoyo que le puede dar a un plan de austeridad. Es que lo que no tuvieron ni Guzman ni Batakis. O Cristina guarda una estima desmedida por el superministro o entendió que el experimento del gobierno del Frente de Todos estaba al borde del abismo y no había margen para la cátedra de Axel Kicillof. En palabras de un consultor al que escucha Massa, la política se ordenó finalmente detrás del ajuste. Sin embargo, todavía hay dos componentes que no pueden darse por sentados: los dólares y la paciencia social.

La película recién empieza y todo va muy rápido, pero una vez más la política y la economía están entrelazadas de forma decisiva. Massa trabaja para conseguir el adelanto de exportaciones y frenar la sobrefacturación de importaciones, apoyado en Guillermo Michel, el titular de la Aduana que ya se reunió varias veces con Gustavo Idigoras, el representante de las grandes cerealeras reunidas en CIARA-CEC. Los mismos sojeros que según dijo el presidente Fernández hace dos semanas retienen U$S 20.000 millones y “no los liquidan cuando el país los necesita” ahora son parte escencial del programa de salvación.

Las cerealeras pueden dar el adelanto que pide el Frente de Todos, pero entre los asesores de Massa opinan que ese primer paso será esteril si no se reduce rapido la brecha cambiaria que fomenta el deporte nacional de robarle reservas al Banco Central, tal la definición del economista Miguel Bein que Cristina tomó como propia.

El gobierno niega por ahora la devaluación pero la frazada es corta y nadie puede garantizar que el escenario extremadamente complejo que debe gobernar el superministro ofrezca margen para lanzar un plan por etapas. Que se sepa, los empresarios amigos del superministro no están estudiando crear un fondo patriótico para sostener al gobierno en la emergencia: al contrario, ya están preparados para un salto en la cotización del dólar oficial. Cómo evitar la devaluación es lo que nadie en el oficialismo logra explicar y cómo aprovechar el gran apoyo que reunió es lo que Massa debe definir.

El ex presidente de la Cámara de Diputados hubiera preferido llegar, tal vez, después de que alguien se encargara de hacer ese trabajo sucio, pero por una serie de motivos, decidió asumir con la brecha en 160%: su desembarco logró reducir ese abismo al actual del 120%, una distancia que de todas maneras es el triple de la que tenía Cristina en su última etapa en la Casa Rosada.

Inspirado siempre en la gesta de Roberto Lavagna, a Massa le toca verse en un espejo donde aparece de fondo la figura de Jorge Remes Lenicov, el último mártir sobre el que el peronismo edificó el ciclo perdido de las tasas chinas. Para evitar ese destino, no alcanzan el apoyo verbal ni las selfies: hace falta la puesta en práctica de un mecanismo de relojería en un contexto que no ofrece salidas virtuosas.

Si Massa logra ese objetivo, tal vez consiga reconciliarse con parte de los votantes que perdió desde 2013 hasta hoy por errores propios y dinámicas ajenas. Que consiga sentar las bases de una hipotética presidencia parece todavía más difícil, aunque tiene la ambición y la voluntad que otros no tuvieron.

Para un ex funcionario peronista que conoce a los protagonistas principales del gobierno, pilotear bien esto es salir de la crisis y no se sale sin costos. “No creo que el ajuste, el aumento de tarifas y la suba de tasas puedan reconciliar a Sergio con la sociedad. Si le sale bien, tal vez sea reconocido en el futuro, aunque no se si ese tiempo es 2023”, dice.

La centralidad apabullante de Massa no implica que parte de los actores que lo ungieron como salvador no estén ya mismo evaluando futuros escenarios. Herido y humillado tras la entrega anticipada del poder, el presidente sigue ahí. Devaluado en canciller para funciones protocolares como la de asistir hoy a la asunción de Gustavo Petro en Colombia, Fernández conserva la lapicera y su capacidad de daño. En el gobierno y la oposición, algunos todavía lo consideran en cancha. Tal vez en su intimidad, esté especulando con aprovechar sus últimos estertores para una jugada más: manzurizar a Massa.

A cargo del bastión del cristinismo, el gobernador Kicillof se dispuso a apoyar en público el ajuste que viene pero mantiene su rol de asesor económico de la vicepresidenta. Todos en el peronismo consideran lógico que CFK lo retenga como auditor del ahora superministro. Si al fundador del Frente Renovador le va bien como se espera de manera intensa, todas esas fuerzas subterráneas quedaran aplacadas detrás de un Massa para la victoria. Si le va mal, en cambio, la imagen del fracaso general de la clase política se masificara como nunca en las últimas dos décadas.

Tras el incendio de todas las promesas que representó la aventura del macrismo en el poder y la trituradora de ilusiones que resultó el volver mejores, Massa encarna el último esfuerzo de las elites dirigentes para eludir el colapso. Si no se hubiera aturdido con su propio rugido, Javier Milei estaría frotándose las manos pensando en el sueño de liderar un ajuste de shock sobre las cenizas de la casta y la partidocracia.
En las alturas de Juntos, sostienen de todas maneras que la llegada de Massa representa una mala noticia para Mauricio Macri. “Estuvo jugando hasta último momento a que esto terminara ahora y terminara mal”, dicen.

Horacio Rodriguez Larreta, el político opositor que más apoyo tiene en el establishment, ya manda a avisar que no lo van a ver en ninguna foto con Massa, uno de los contados amigos que tiene en la política. Enfrentado a los halcones que lo tratan de filokirchnerista, el jefe de gobierno porteño afirma que si hay reuniones con la oposición le tocará participar a Patricia Bullrich en su rol de titular del PRO. Si hay convocatoria para los gobernadores, Larreta tampoco irá: el litigio que tiene con la Casa Rosada por la coparticipación sera su mejor excusa.

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