El mártir del off

Nota publicada en La Política Online el 4/6/2022.

Después de tanto batallar, Matías Kulfas se regaló. Esta vez, eligió un mal momento para responderle a Cristina Fernández y para tratar de mostrar que sus opiniones no tenían fundamento. Emblema del albertismo sin culpa, el ministro de Producción difundió a los medios un mensaje que, por lo inoportuno, se convirtió en su partida de defunción. Lo hizo apenas terminó el acto aniversario de YPF en Tecnopolis, ante un grupo de periodistas que le preguntó por las declaraciones de la vicepresidenta.

Sin saberlo, la noche del viernes, ya en la residencia de Olivos, Alberto Fernández había dado muestras de que estaba muy conforme con el resultado del acto que había compartido con la vicepresidenta después de tres larguísimos meses sin hablar con ella. Pese a que las diferencias habían quedado expuestas una vez más sobre el escenario de Tecnópolis, ante un círculo de colaboradores estrechos como Julio Vitobello, Vilma Ibarra, Gabriela Cerruti y Eduardo Valdés, el Presidente repetía que ese día la unidad había dado un paso adelante.

La respuesta off the record que el ahora ex ministro dio a los planteos de CFK fue casi calcada de que había dado en on la noche de Tecnopolis. Pero incluía una definición que destrozó el precario clima de consenso que se había recreado entre los partidarios de la unidad, detonó en el campamento del Instituto Patria y provocó la furia de los buceadores de entrelíneas: “licitación a medida” de Techint, decía; eso era lo que habían decidido los funcionarios de energía que responden a Cristina. Después de tanto tiempo sin poder restablecer el vinculo con su vice, Fernández no podía permitir que uno de sus funcionarios le dirigiera la política. No tuvo ni forma ni ganas de defenderlo.

El sábado al mediodía, cuando Cristina amplificó en las redes la queja de IEASA por el off del ministerio de Producción, Kulfas estaba en su casa. Llamó al Presidente y le ofreció su renuncia. Alberto le dijo: “Dejame verlo”. Pero unos minutos más tarde, se solidarizó en Twitter con CFK y dejó a su ministro sin respaldo. Un rato después, Fernández y Kulfas volvieron a hablar. Se había cerrado una etapa. 

Enseguida, el ahora ex ministro suspendió su agenda y comenzó a comunicarse con el exterior. Kulfas estaba a punto de viajar a Los Angeles para estar presente en la Cumbre de las Américas con Fernández y a Toronto para participar de la feria minera más grande del mundo, Prospectors & Developers Association of Canada.

La renuncia de Kulfas era un viejo anhelo de Cristina, que nunca terminó de digerir su nombramiento y que advertía cómo desde Producción se impugnaban los planteos de su sector en forma sistemática. Alrededor de a vicpresidenta, la partida del autor de “Los tres kirchnerismos” se gritó como un gol.

El ministro que se fue tenía una visión opuesta a la del cristinismo en casi todos los temas: sostenía que un gobierno peronista debía avanzar en el aumento de las exportaciones y la alianza con el poder económico, consideraba casi anticapitalistas a los grupos identificados con CFK en el universo de los movimientos sociales y despreciaba al ambientalismo.

Hace tiempo que Kulfas definía como “invivible” el día a día en la familia ensamblada del Frente de Todos y se había acostumbrado a gestionar con el cristinismo como oposición. Mientras él esperaba en vano la emancipación albertista, el kirchnerismo lo veía como un ministro que se creía impune y mostraba que las opiniones de Cristina le resbalaban. Su salida, que muchos festejan, es un anticipo de lo que puede venir para cualquiera que haga una jugada de más.

Golpeado por default, Martín Guzmán se queda sin quién fue su socio principal y tal vez el gran responsable de que se convirtiera en ministro de Fernández. Paradojas de un artefacto de gobierno sometido a un estrés fulminante, le toca correr la misma suerte que corrió hace apenas dos semanas su enemigo íntimo Roberto Feletti. Hay bajas en todos lados y el mensaje del Presidente insinúa que la prioridad es sostener la unidad cómo se pueda hasta 2023. El faccionalismo permanente encontró un límite en la residencia de Olivos. Fernández sacrificó a Kulfas como forma de inclinarse por Cristina y la unidad. Se verá con qué resultados.

Kulfas había sido en el inicio el funcionario que más cercanía tenía con Paolo Rocca. Cuando en abril de 2020, el líder de Techint escuchó que Alberto aludía a él como “miserable”, lo primero que hizo fue llamar al ministro de Producción. En una posición incómoda, el entonces ministro no dudó en atenderlo. “Miserable es un poco fuerte”, escuchó en un cocoliche inconfundible.

Con una fortuna de 3900 millones de dólares, Rocca tiene la envergadura suficiente como para actuar en la saga del Frente de Todos. El dueño de la multinacional Techint se convirtió en el protagonista involuntario de la tensión dentro de la coalición de gobierno después de que Cristina cuestionara en Tecnópolis la operatoria del Grupo que se quedó con la adjudicación del gasoducto Néstor Kirchner. “Tenemos que comenzar a exigir (…) que la chapa laminada que hacen en Brasil la traigan acá con línea de producción para hacerla acá. Muchachos: no podemos seguirle dando 200 millones de dólares para que se paguen ustedes mismos en la empresa subsidiaria que tienen en Brasil. Pongan la línea de producción de chapa en Argentina, si han ganado fortunas en la Argentina. El balance, Alberto, del 2021, les triplicó lo del 2020”, le dijo al Presidente.

En primera fila, escuchaba Guzmán, el ministro de Economía que hoy exhibe su línea directa con la multinacional siderúrgica y, como reveló LPO, se sumó hace algunas semanas a la selecta lista de comensales que se sientan a la mesa en la casa de Paolo Rocca. En un contexto de carencia creciente de dólares que lo obliga a dudar más de lo que quisiera, Guzmán se prepara para entregar U$S 240 millones de los U$S 550 millones que demanda Techint para traer la chapa laminada de su planta de Brasil.

La compañía con sede en Luxemburgo es la proveedora de los caños para la construcción de 563 kilómetros del gasoducto con el cual el gobierno espera incrementar la producción en Vaca Muerta y aumentar la capacidad del sistema de transporte de gas natural en un 25%.

Cristina no habló en un arrebato, sino como parte de una partitura que había estudiado después de advertir el fuerte acercamiento de Rocca a Fernández y sus funcionarios de mayor confianza. La vicepresidenta tenía información sobre el tema: el martes pasado, sus colaboradores le habían llevado el pliego de adjudicación que había pedido ver. Los peronistas que conocen el mercado siderúrgico sostienen que Techint podría haber puesto a trabajar los hornos nacionales de la ex Somisa que hoy están parados en lugar de traer stocks inmovilizados de Brasil. Eso, afirman, le hubiera evitado al gobierno la salida de dólares. Desde la empresa guardan silencio, pero dejan correr el argumento de que no se justifica trasladar una planta a un mercado de chapa laminada de alto espesor como el argentino, que consideran de menor escala.

Un rato antes del acto en Tecnópolis, el cristinismo había difundido a través de un comunicado el llamado a Licitación Pública para la construcción del gasoducto desde las oficinas del titular de la ex Enarsa y actual Energía Argentina, Agustín Jerez. Cuando se apagaron las cámaras, volvieron a la escena los machos del off, según la definición que inmortalizó Amado Boudou en su tiempo de auge, la era lejana del cristinismo monolítico.

El avance de la obra estratégica que todo el gobierno dice defender ya había sufrido un cimbronazo con la renuncia de Antonio Pronsato a la unidad ejecutora de Enarsa. El ex titular de la empresa estatal había sido parte de la escudería de Julio De Vido y era más respetado en el sector privado que en el gobierno. Más un consultor que un funcionario, según la definición de uno de los empresarios que solía tratar con él, Pronsato había adquirido un nivel de autonomía que no se correspondía con la actual composición del FDT. Las empresas se enteraban de sus decisiones antes que Jerez y el cristinismo.

El cruce de acusaciones, apenas unas horas después del esperado reencuentro que venía asociado a la ilusión de una tregua, ya había demostrado que no es posible vivir de efemérides. El acto por los cien años de una YPF largamente maltratada había escenificado el deshielo entre la extraña pareja de gobierno y refrendado la impresión de que, pese a los balances opuestos, el experimento del Frente de Todos seguiría con vida camino a 2023.

Inevitable y sintomático, el discurso de Cristina Fernández había capturado una vez más la atención de la platea y se había centrado en los años del kirchnerismo irreductible. Con el Presidente como invitado y la petrolera fundada por Yrigoyen como excusa, la vicepresidenta aprovechó para regresar al tiempo perdido y evocar su versión de la historia hecha de recuerdos y omisiones. Desde la privatización de YPF, los fondos de Santa Cruz, el remate de la acción de oro y la nacionalización trucha de la familia Eskenazi hasta la reestatización de 2012 con Miguel Galuccio como conductor y el iraní Ali Moshiri de Chevron como gran socio estratégico para la libre disponibilidad de divisas. 

Era el tiempo que el Alberto panelista iba a TN para diluirse en el coro opositor que hablaba de una medida “casi confiscatoria”. Hoy dueño de la segunda petrolera de la Argentina, Galuccio acaba de abonar la tesis de que Vaca Muerta puede ser el sustituto del gas ruso para Europa, en una entrevista con el Financial Times.

Antes de los discursos en Tecnópolis, los Fernández se habían encontrado solas en el VIP a manera de protocolo. Ninguno de los dos había querido soportar la reunión a solas que les hubiera ahorrado algunos gestos y caras en cadena nacional. El reencuentro había sido el resultado de un largo trabajo del presidente de YPF, Pablo González, que viajó a El Calafate para hablarlo con Cristina y se reunió con Alberto en Olivos. Fueron varios contactos con cada uno, por separado.

Más allá de las sonrisas y del esfuerzo pedagógico de la vice que sobre el final le pidió al alumno Alberto que use la lapicera, sobre el escenario quedó planteado, una vez más, el malentendido de origen: para CFK, Alberto no aprendió nada de Néstor; para AF, Cristina quedó atrapada en ese pasado que no volverá.

Divergencias al margen, la ex presidenta refrendó una vez más su lugar de enunciación: cuando la vice dice nosotros, habla del período 2003-2015. Es el producto de la frustración con el gobierno de Alberto y de la dificultad para enfrentar el presente de restricciones múltiples.

Entre alusiones a la construcción política, a la historia que se hace también frente a las adversidades y al futuro que se edifica -o no- todos los días, la vicepresidenta planteó con nuevos elementos dos objeciones reiteradas al gobierno de Fernández. Primero, la relación con el poder económico y con el Grupo Techint. Después, la política del gobierno para atenuar o revertir la licuación de ingresos que lleva por lo menos seis años.

Aunque pasó inadvertido, en el acto de YPF Cristina desmintió a Alberto en un tema crucial. “En esos 12 años y medio, (…) comenzó un proceso de industrialización y de mejora de los salarios que llevó a que, de punta a punta, 2003-2015, los salarios de los argentinos crecieran 78 puntos. 78 puntos crecieron los salarios, que por supuesto cayeron 20 en los 4 años posteriores. Y las empresas tampoco tenían endeudamiento”, dijo. En el último mes, Fernández había hecho en dos oportunidades otra descripción sobre el subibaja de los sueldos. Primero en una visita a la planta de Nissan en Córdoba y después en una charla en Radio Con Vos, Fernández dijo que el salario real había recuperado apenas 19 puntos en esos 12 años y medio de gobierno kirchnerista, 58 puntos menos de lo que Cristina dice que recuperaron. Ese es el abismo que también los separa.

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