Todos contra todos

Nota publicada en La Política Online el 29/10/2022. Foto: TELAM.

En el VIP de La Rural donde Mauricio Macri presentó su libro, la satisfacción entre los incondicionales era indisimulable. Después de reunir a 1500 invitados que lo aplaudían en su versión más pura, el ex presidente se confirmó una vez más como líder del PRO y le marcó la cancha con cal tanto a sus rivales como a sus herederos. En el reino de las pulseritas que distingue al PRO, íntimos amigos como Nicolás Caputo y Silvia Majdalani se mezclaban con hombres de Socma que regresan a la disputa del poder, como Andrés Ibarra y el abogado Javier Medin, en Boca.

La ausencia de la plana mayor de la UCR, de Elisa Carrió y de Marcos Peña -que sí había estado en la presentación de “Primer Tiempo”- contrastó con el besamanos de los hijos políticos de Macri que no tienen otro destino que ir al pie de su jefe. Parado por encima de la contradicción interna y fortalecido por la irrupción de la derecha rabiosa de Javier Milei, Macri avanza hacia 2023 con el objetivo de arrasar al populismo sin morir arruinado en el intento. Ningún progre, dice, lo puede correr. 

La campaña ya lanzada tiene una dinámica desigual. Ni Horacio Rodríguez Larreta ni Patricia Bullrich pueden prescindir de Macri, pero tienen con él modos antagónicos de relacionarse. Larreta sostiene bajo la estructura del gobierno de la Ciudad a dirigentes y funcionarios que militan al lado de Macri para la candidatura del primo Jorge. Bullrich, en cambio, es la principal beneficiada del financiamiento millonario de los amigos del ex presidente. “Ayuden a Patricia”, les repite y le cumplen. Se advierte en los movimientos de una candidata que, puertas adentro, dejó de presentarse como la cenicienta del PRO y ya no pena por la competencia imposible en materia de fondos con el jefe de gobierno.

Como Larreta, Bullrich dice que está dispuesta a enfrentar a Macri si es necesario. Pero le debe al ex presidente gratitud tanto por el aporte económico de sus amigos como por la resurrección política que consiguió de su mano. Después de su temprana militancia en el peronismo y de dar la vuelta al mundo de los partidos, Bullrich recuperó su identidad de la mano de Macri.

Ahora, como parte de su ofensiva para llegar a la presidencia, Bullrich niega de plano los deseos ajenos de los que la ubican como candidata en la provincia de Buenos Aires -“no tengo domicilio”, repite- y va por todo. Viene de echar a su jefe histórico de prensa y ya no envidia las mediciones permanentes que recibe Larreta. La ex ministra de De la Rúa y Macri no solo revisa con detalle los sondeos que encarga a Jorge Giacobbe, Sergio Berenzetin, Raul Timerman y Shila Vilker. Además, está atenta a lo que surge de los focus group y utiliza ese insumo para aggiornar su discurso a los tiempos que corren. Por primera vez en su larga carrera, comenzó a hablar contra los privilegios de los políticos. 

La presidenta del PRO repite ante sus íntimos que no quiere quedar atrapada en la guerra de aparatos y busca el contacto con el rugido de la sociedad antikirchnerista. A sus 66 años, desconfía de todos, dice que no tiene nada que perder y se ve, también, ante lo que considera su gran oportunidad histórica.

Paradojas de la polarización, al lado de Alberto Fernández a Bullrich la comparan con Cristina. Lo hacen cuando piensan en el modo en el que conciben y se involucran en la disputa por el poder. La dirigente que amenaza con sacar las Fuerzas Armadas a la calle acaba de decir que en el Frente de Todos “se están matando para ver quien le roba cuatro o cinco diputados al presidente” y que Fernández, con el papel que hizo, no puede presentarse de nuevo. Las dos cosas cuentan con adhesión en distintos grupos en el oficialismo.

Sobreviviente de casi tres años de tensión interna, un ministro de los que le queda a Alberto y no suele magnificar las diferencias, lo define en privado sin matices. “Es el peor momento”, dice. No se refiere a la muerte del diálogo político entre el presidente y su vice sino a la ofensiva del cristinismo para que Fernández asuma su condición de pato rengo. La presión de Eduardo De Pedro para que Alberto acepte el clamor de los gobernadores hoy parece destinada al fracaso. Ni siquiera la posición de La Cámpora resulta nítida en Olivos y algunos dirigentes cercanos a Cristina sostienen que Maximo Kirchner no está convencido de eliminar la herramienta que idearon sus padres en 2009. Es lo que pareció admitir el titular del PJ bonaerense cuando, en su charla con El Destape, se preguntó: “Si no hay PASO, ¿cuál sería la otra opción?”.

La renovada artillería sobre el Presidente retoma un operativo que se lanzó hace casi un año, cuando Fernández dijo en Plaza de Mayo que había que definir todos los candidatos a través de las PASO. Desde entonces, el cristinismo se empeña sin éxito en que se autoexcluya. Hacerlo en público lo debilitaría al extremo y de manera innecesaria. Hacerlo en privado, con lo devaluada que está su palabra entre los socios del FDT, no tiene sentido. Mientras en Juntos hacen cola para ser candidatos, en el oficialismo no sobran voluntarios y se concentran en disputar la audiencia de los convencidos, que cada vez son menos.

Los inquilinos de Olivos dicen que los cuestionamientos de La Cámpora son un ruido de fondo al que ya se acostumbraron. Sin embargo, cada vez que se escucha, la voz de la vicepresidenta mueve los cimientos del metro cuadrado de poder en el que están atrincherados. Alberto resiste solo con tres funcionarios: Santiago Cafiero, Julio Vitobello y Juan Manuel Olmos, que ya usa el traje de jefe de gabinete. El resto de los supuestos ministros albertistas no lo reconocen como jefe.

Con su mensaje contra el aumento de las prepagas que autorizó el gobierno, Cristina regresa a la tentación de ubicarse afuera y hasta dispara contra empresarios íntimos de Sergio Massa como Claudio Belocopitt. La diferencia es que hoy la vice aparece atada a la suerte del ministro de Economía: fue su aval principal para que asumiera como interventor del gobierno y depende de él para llegar hasta 2023.

La sonrisa triunfal de Massa por la aprobación de un Presupuesto que contó con 180 votos en la Cámara de Diputados quedó empañada por el fuego cruzado entre los socios del peronismo gubernamental. Desde el Congreso, el radicalismo mostró otro comportamiento que sintoniza con el faltazo a La Rural y lo diferencia del PRO. Con la impronta de Enrique “Coti” Nosiglia, una fracción de la UCR se predispone a un acuerdo de convivencia con el peronismo en función de ganar posiciones de poder.

El presupuesto que incluye recortes en subsidios, planes alimentarios y partidas educativas tiene como norte el cumplimiento del pacto con el Fondo que firmó Martín Guzmán y refrendó Massa con la mano levantada del cristinismo. Es un proceso que no es nuevo pero se impone como único horizonte, tal como lo muestran los números de Analytica, que difundió LPO. Durante la tercera semana de octubre, el gasto primario real cayó 33% respecto a septiembre y fue un 24,3% menor que un año atrás. Los rubros que sufrieron recortes más profundos fueron los subsidios económicos (58,6%), las asignaciones familiares y la AUH (55,3%), bienes y servicios (43,4%) y transferencias a provincias (23,4%).

Paralelo al proceso de ajuste, se extiende en el gobierno la sensación de derrota. No es una proyección hacia el futuro sino una constatación en el presente. La falta de potencia política del Frente de Todos explica parte de sus frustraciones y la asimilación en la práctica que el peronismo hace de las consignas que repudiaba en campaña. Como repite, un ex ministro de Néstor Kirchner, la derrota más profunda es política y hasta conceptual: la regresión hacia un PJ que se rinde ante las recetas del Fondo y el macrismo, sin sacar tampoco ningún redito de eso. “Es cierto que Néstor vivía obsesivo por lo fiscal, pero pensaba todo el día qué medidas podía tomar para crecer. Después, hacia la cuenta y veía cómo financiarla. Si primero haces la cuenta, lo único que pensás es en dónde recortar”.

Estridencias de la polarización al margen, la debilidad del oficialismo presenta al ajuste como única salvación. Justo como hace 20 años y mientras muchos de los protagonistas de ese entonces viven hoy su clima de revancha. 

Después de las experiencias de Menem y Kirchner, el peronismo asiste a un momento bisagra. Como si bajo esos dos liderazgos el PJ no hubiera hecho más que acoplarse con lúcida mansedumbre a un tendencia que lo excedía: primero el neoliberalismo y la globalización; después el populismo y el boom de los commodities. Ahora, en tiempos de impasse y contradicción, la cancha se inclina a favor de los que se dejan llevar por la corriente y el viejo kirchnerismo se divide entre nostálgicos y adaptables.

Un trabajo de comparación histórica elaborada por Analytica sobre la variación del salario real en pesos y en dólares entre 1946 y 2002 explica por qué el peronismo no tiene chance de revertir la caída de los ingresos en este contexto. Muestra que en los últimos 75 años el salario real sólo mejoró en 41 años por encima de la inflación, casi siempre cuando la inflación no superó el 30% anual. Como marca su director, Ricardo Delgado, no hay experiencia histórica relevante de que el salario le pueda ganar a la inflación con tres dígitos en el IPC.

Mientras el Frente de Todos asume en la práctica la pedagogía del ajuste, Cristina expresa en forma intermitente el rechazo a un rumbo que se hace en su nombre. La contradicción es ideológica y personal, por lo que le tocó expresar políticamente en la historia reciente. El cristinismo quiere que Alberto se baje de la competencia hacia 2023, pero no tiene candidato. Apenas unas horas después de que su hijo pareció sacarla de la competencia, Andrés “Cuervo” Larroque abonó el operativo clamor, en un acto en la quinta de San Vicente, junto a Jorge “Topo” Devoto en la presentación del libro “Néstor, el hombre que cambió todo”. “Hay que generar las condiciones para que sea candidata”, suele decir el ministro de Kicillof.

El balotaje en Brasil entre Lula y Bolsonaro sugiere que el drama político de Cristina y sus leales, vivir añorando un pasado que no tienen forma de recrear, no es pura excepcionalidad. Para el profesor Fabio Barbosa, la alianza del líder del PT con Fernando Henrique Cardoso es una tentativa -motorizada por las mismas elites que lo enviaron a la cárcel- de salvar a la Nueva República, un proceso histórico agotado, que tuvo como última expresión política al PT. Gane o pierda, la misión de Lula es ciclópea: evitar el desborde de una crisis muy profunda y apelar a la contención, 20 años después de su momento de auge. Frente a ese movimiento, dice Barbosa, el bolsonarismo está impulsado por la dinámica social del “todos contra todos” en un Brasil muy desigual y expresa algo muy fuerte, la politización del resentimiento social.

Barbosa es coautor de “Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula”. Desde su mirada, la ultraderecha de Bolsonaro puede presentarse como antisistema debido a que el PT terminó identificándose con la Nueva República y es visto como parte del viejo sistema entre los más jóvenes. Bolsonaro es una perversión de la rebeldía, afirma, y se nutre del deseo de autoritarismo, un autoritarismo que es votado y hasta genera un orgullo que se percibe en las calles. “La defensa de la democracia y de las instituciones no convocan a la gente. ¿Por qué? Porque la promesa de la democracia y la Nueva República para los de abajo, para las mayorías, poco ha significado”, responde.

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