Venga quien venga

Nota publicada en La Política Online el o2/o7/2022.

Hace casi dos años, cuando enfrentó el primer gran desafío del mercado y el dólar tocó los 185 pesos, Martín Guzmán declaró que aumentar los controles no era la salida. Discutió dentro del gobierno contra la idea de Miguel Pesce, que quería prohibir la venta de dólar ahorro, y dejó una definición que en los últimos días volvió como un bumerán sobre el ministerio de Economía. “Cerrar aún más sería una medida para aguantar. Nosotros no venimos a aguantar, sino a tranquilizar la economía”. Tanto tiempo después, con las consecuencias que la guerra en Ucrania sobreimprime sobre la pandemia y el Frente de Todos partido al medio, al ministro de Economía sólo le quedaba seguir haciendo lo que no había venido a hacer. Aguantar.

Guzmán ya no tenía la energía del comienzo de su gestión, su palabra había quedado devaluada y los que dialogaban con él admitían que, por primera vez, lo veían realmente afectado, temiendo algo peor. Sin apoyo de Cristina Fernández, que emparentó sus ideas ayer en Ensenada con las del abanderado del shock Carlos Melconian, el profesor de Columbia resistió hasta el final y como pudo la devaluación que le estaban exigiendo desde el mercado y que cuenta con abogados también en el propio Frente de Todos. En estas horas se definirá si la renovada presión para que Sergio Massa asuma como encargado del gobierno hasta 2023 tiene por fin resultado o da paso a otro esquema de transición.

Su renuncia es una victoria de la larga cadena de detractores que lo sindicaban como un enviado del Fondo o un académico sin roce político ni conocimientos del mercado, desde la vicepresidenta, La Cámpora hasta Massa, Martin Redrado, un grupo de empresarios ligados al peronismo y el propio Pesce.

El reemplazante que Alberto Fernández espera anunciar cuanto antes tendrá la misión de sacar del impase y la tensión interna que se llevó puesto a Guzmán. Ante la cadena de oraciones que se propaga para que asuma el mando de lo que viene, el presidente de la Cámara de Diputados no habla en público, pero los economistas a los que consulta de manera frecuente sostienen que lo mejor para él sería asumir con la devaluación ya consumada. Nadie quiere hacer el trabajo sucio.

Por eso, cerca de Massa piensan que los controles sobre las importaciones que anunció el gobierno fueron medidas tardías para no devaluar ahora y estirar hasta donde se pueda la indefinición. Se deben a la falta de dólares en un contexto de superávit comercial excepcional, -el complejo agroexportador declara haber liquidado casi 19.145 millones de dólares en los primeros seis meses del año-, sobrefacturación de importaciones y, ahora sobre todo, precios descontrolados de la energía que Argentina tiene que importar.

Los anuncios que la oposición define como de un virtual feriado cambiario le permitieron a Pesce acumular 1300 millones de dólares de reservas por primera vez en mucho tiempo pero dispararon la brecha otra vez hacia el 90% y pueden traer dos impactos negativos en el corto plazo: el regreso de un índice de inflación en julio más parecido al 6,7% de marzo que al de junio que se conocerá en dos semanas y un freno mayor al crecimiento. Es el escenario que le espera al próximo inquilino del quinto piso del Palacio de Hacienda.

Por la corrida cambiaria, el Presidente comprobó una vez más en la cumbre del G7 en Alemania que no tiene margen para desligarse de la inestabilidad que ya es marca de su gestión. Todo pasa cada vez más rápido. Tal vez deba postergar su perfil de orador en foros internacionales para resolver los problemas que lo están consumiendo.

Recién aterrizado en Buenos Aires, el presidente denunció un golpe de mercado en televisión sin conmover a nadie. Ni siquiera desde el propio gabinete surgieron voces solidarias con él ni hashtags de condena a los supuestos golpistas.

El caso es sintomático. Al lado de Alberto dicen que las diferentes facciones de la oposición van a jugar cada vez más fuerte a desestabilizar al gobierno. Pero al mismo tiempo hacen en voz alta un razonamiento que solo puede provocar nerviosismo: admiten que hoy entre el 50 y el 60% de la población se declara opositora, mientras el 25% del Frente de Todos que se referencia en la vicepresidenta toma distancia de Fernández. ¿Quién banca al Presidente?, se preguntan. El porcentaje que lo hace más que delatar la extrema fragilidad del sucesor de Mauricio Macri.

Los ministros que responden a Fernández tienen una apuesta de mínima que hoy parece de máxima: llegar a diciembre con un respirador artificial y evitar el desenlace traumático que consumió los días finales del candidato Macri en 2019. Una vez que se adivine la costa del año electoral, suponen en Olivos, el Frente de Todos se ordenará detrás de la competencia interna y la oposición dejará de conspirar para comenzar a definir sus propios liderazgos.

Pero diciembre, el mes emblema de todos los fantasmas, queda todavía muy lejos para un gobierno que no sabe qué le espera mañana. La apuesta a un Massa todopoderoso que asume la brasa caliente de un gobierno a la deriva y un peronismo dividido precisa que se cumplan unas cuantas condiciones. Primero la decisión de un presidente que desconfía de muchos en su propia fuerza y había logrado una relación muy estrecha con el que era hasta ayer su ministro más importante. Segundo, la voluntad del propio ex intendente que quisiera llegar con el salto a la Juan Carlos Fabrega ya consumado. Tercero y decisivo, el resultado práctico de una prueba de fuego que se anuncia desde hace dos años. “La gestión te devora”, dice un ministro del Frente de Todos que está lejos de ser un debutante. Como prueba, cita el caso de Juan Manzur, el jefe de gabinete que llegó en septiembre y lleva un semestre de intrascendencia como candidato a irte.

Promovido por la propia Cristina, Manzur no contó con el respaldo que hubiera querido de Alberto y tendrá sus razones para explicar su licuación, pero lo suyo es un caso perdido. Volumen político son los padres. Su presencia en los festejos de la embajada de Estados Unidos lo mostró como un actor que está fuera del sistema de decisiones. Mimetizado con figuras de la oposición como el propio Melconian, al jefe de gabinete le pesa todavía el error de cálculo por la falta de gasoil: lo que se iba a solucionar en 48 horas se extendió durante 40 días.

Para decir que no al operativo clamor, Massa puede ver el destino de Manzur o mirar incluso las dificultades que ya afronta su enemigo íntimo Daniel Scioli, que llegó a pura sonrisa al gobierno y ya comprobó que le va a costar encontrar las buenas noticias que quiere dar. Según la consultora Equilibra, el aumento de los controles a las importaciones y el salto de la brecha provoca que muchas empresas pymes no tengan precio para sus productos y prefieran vender lo menos posible al precio más caro.

La incorporación de Massa al gabinete sería parte del relanzamiento tantas veces postergado. Fernández ya demostró que solo cambia en cuentagotas y forzado por las circunstancias. Así su esquema de gobierno se desintegra sin lograr el aire de renovación que pretenden sus defensores.

La presión para que el Frente de Todos haga ahora mismo su última apuesta de gobierno unifica a distintas corrientes. En un clima distendido, la reunión de Cristina con siete gobernadores en el Senado fue parte de un movimiento que tiende a profundizarse. El martes próximo, en Formosa, Gildo Insfrán será el anfitrión de una nueva reunión de los diez mandatarios provinciales de Norte Grande y Jorge Capitanich será uno de los presentes. Todos le reclaman al Presidente que cambie el rumbo económico y se muestran preocupados por el impacto de la crisis en sus propias chances de sobrevida.

Pero Fernández piensa que el plan de estabilización que le reclaman es un plan de ajuste más duro, que incluye la devaluación y un aumento de tarifas más pronunciado, que lo debilitará todavía más si no cuenta con respaldo político. Para lanzarse a esa misión de resultado incierto, el Presidente no solo necesita un piloto de tormenta. Además, le hace falta lo que en más de 30 meses no tuvo: un frente político monolítico que apruebe su política sin beneficio de inventario.

Ubicada en el centro de la cancha, “pum para arriba” como se declaró ayer en Ensenada o “impecable” como dicen que la vieron esta semana en el Senado sus leales, la vicepresidenta cuenta todavía con una base de adhesiones que nadie sueña siquiera empardar hoy dentro del Frente de Todos. La presencia de Julián Dominguez y Felipe Sola en el acto organizado por Mario Secco no hizo más que confirmar el gesto de los gobernadores que se acercaron a hablar con ella. Sin embargo, la debilidad también la afecta producto de un gobierno que no siente como propio pero es producto de su designio. Cristina dice que hay que hablar con todos los sectores y defiende su encuentro con Melconian, pero nunca termina de quedar claro cuál es su salida económica para dar por terminado el vía crucis de Guzmán. La alianza oficialista deambula entre el recuerdo de Axel Kicillof y la campaña permanente de Martin Redrado.

¿CFK está dispuesta a ofrecer un candidato propio para asumir el rumbo económico y arriesgarse a poner a prueba su manual en el final del gobierno? ¿O prefiere seguir en modo campaña casi como opositora y tercerizar esa tarea en algún voluntario del que después pueda desmarcarse? Con una fortaleza relativa envidiable dentro de un gobierno que se autolesiona cada día, la vicepresidenta es considerada por el albertismo duro. Sin embargo, por la responsabilidad que le toca en haber elegido a Fernanndez, no cumple todavía con lo que le recomiendan ni pasa a la oposición plena.

Venga quien venga, como dijo la vicepresidenta en el homenaje a Perón, la situación que le tocará afrontar no va a ser fácil y las consecuencias de lo que decida no van a ser gratis, en especial para lo que fue la base tradicional del Frente de Todos. “Se lo dije a Melconian, no hay posibilidad si no hay un gran acuerdo, hay que encontrar un instrumento que vuelva a colocar una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción, si no hacemos esto estamos sonados, venga quien venga”.

Más que eso, el reemplazante de Guzmán tiene que cumplir ese desafío en un tiempo de descuento, cuando el experimento del Frente de Todos se acerca al principio del fin.

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