Fuera de Tiempo con Andrés Malamud

Andrés Malamud, politólogo e investigador principal del Instituto de Ciencias Sociales de Lisboa, conversó con Diego Genoud acerca de la discusión en el radicalismo, el rol de Juntos en el sistema político y la fortaleza relativa del bipartidismo en Argentina.

“Juego de roles en un sistema sin conducción”. Editorial de 11/12/2021 en FM Milenium.

Se invirtieron los roles. A casi un mes de las elecciones generales, las dos coaliciones electorales
empiezan a asimilar el resultado del 14 de noviembre y buscan un nuevo equilibrio
de fuerzas. Un equilibrio que es siempre inestable. Que es interno dentro de Juntos, dentro del Frente de Todos, pero que no puede entenderse sin mirar el cuadro general. Lo que hace una coalición repercute en la otra. Lo decía hace poco Jorge Raventos, analista político y periodista, ex funcionario durante el gobierno de Menem,alguien que entrevistamos en Fuera de Tiempo este año. Decía que, aunque no lo parezca, incluso cuando se comporta deficientemente, la política funciona como un sistema. Y hoy es un sistema sin conducción.

Más allá de la polarización, de la grieta, de que muchas veces Juntos y el Frente de Todos hablan como si no tuvieran nada que ver unos con otros, cuando uno toma distancia, ve a una política sin liderazgos, sin conducción clara. En una pelea por cargos, por puestos de poder, en la que no aparece muy claro cuál es la discusión y, sobre todo, no aparece muy claro quién conduce. Y que eso suceda en un contexto como el que vive la Argentina desde hace tiempo, con pobreza muy elevada, con una inflación arriba del 52% interanual, con caída de reservas y con el Fondo Monetario Internacional sentado en la cabecera de la mesa de las decisiones, es todavía más preocupante. ¿Por qué se invirtieron los roles? Porque se esperaba que las elecciones profundizaran la crisis interna en el Gobierno Nacional pero eso no sucedió. En todo caso, el Frente de Todos sigue envuelto en un drama que lo desborda, que es el de no encontrar la salida para esta crisis y no encontrar la solución para un acuerdo con el Fondo que se demora mucho más de lo que espera el mercado y de lo que esperan algunos en el propio gobierno. No hay armonía pero no hay ruptura en el Frente de Todos.
Se puede ver en la Plaza de Mayo, en la convocatoria de Alberto Fernández, de Cristina Fernández,
con Lula como invitado principal en lo que es casi una remake del viejo kirchnerismo. Del de la
autocelebración, de la fiesta. Pero que muestra, sobre todo, que Cristina no se alejó de Alberto y defraudó así los distintos pronósticos del establishment: ni tomó el Gobierno, ni se radicalizó para ocupar todos los casilleros del Gabinete, ni se alejó tratando de preservar su capital político o su núcleo duro. Sigue tratando de caminar por el centro de este campo minado que tiene por delante el gobierno.

Lo vemos a Alberto, al Presidente, con un optimismo que sorprende a quienes lo escuchan. Sobre
todo, lo que transmite Alberto a su círculo íntimo: que el acuerdo con el Fondo va a ser un trámite, que se va a resolver rápido, que no va a implicar sacrificio. Casi un cuento de hadas. Pero Cristina y Alberto aparecen juntos después de mucho tiempo, vuelven a escena unidos más allá de las diferencias, de los discursos, de los pases de factura, de las plazas que uno puede interpretar de una u otra manera, de esa puja de poder y esa contradicción que hay dentro del Frente. Pero Cristina admite consciente que también su destino está atado al Fondo y por eso se mantiene en esta alianza camino a un 2022 que va a ser, por supuesto, difícil.

¿Pero qué sé y por qué digo que se invirtieron los roles? La oposición está lanzada a una disputa
muy dura, a una confrontación interna muy dura y precipitada dentro del frente antiperonista como si 2023 ya hubiera llegado.
No sé si esto es lo que pedían los votantes de Juntos. Se profundizan las diferencias. La ruptura del bloque radical en Diputados, que más allá de ese bloque de doce diputados, que se referencian en Martín Lousteau, que tienen a Martín Tetaz como uno de sus referentes más mediáticos, que tienen a Emiliano Yacobitti, dirigente de la Franja Morada, muy conocido en la política pero desconocido quizás para el gran público. Que tienen a Rodrigo de Loredo, un cordobés que acaba de proyectarse como vencedor en su provincia, con pretensiones de llevar al radicalismo al triunfo allí. Más allá de ese grupo de diputados que rompieron el bloque de la UCR, lo que se ve es una discusión muy fuerte por capitalizar la victoria.

La victoria de Juntos no consolidó o parece no estar consolidando al bloque antiperonista sino que profundizó la discusión interna y que además trasciende el bloque de Diputados y se volvió una rencilla más grande: Morales vs. Lousteau. La cúpula radical vs un radicalismo de la Capital más referenciado en Coti Nosiglia, el exministro de Alfonsín que no aparece pero siempre está y que también es parte de la conducción radical, y que quiere un radicalismo que se prenda a la disputa de poder en serio. No quiere un radicalismo testimonial ni un radicalismo para los medios. Ni para el prime time opositor de los medios que consume el antikirchnerismo más visceral. Coti Nosiglia, podría decirse el jefe de Martín Lousteaum de Emiliano Yacobitti, de Rodrigo de Lorero, quiere un radicalismo de poder. Por eso teje tanto detrás de escena.

Frente a eso lo vemos a Gerardo Morales. Se dice de la pelea con Lousteau que hasta voló un vaso. ¿En qué coincide el radicalismo, las distintas corrientes que ahora acaban de dividirse? En que todos los radicales se hartaron de ser furgón de cola de Macri, del PRO. Tampoco de Rodríguez Larreta. Una parte del radicalismo muy enemistada con el jefe de gobierno porteño. Llamémoslo Gerardo Morales. Llamémoslo Facundo Manes. Llamémoslo el gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés. Son sectores que no quieren que los conduzca no solo Macri, tampoco Rodríguez Larreta.
Y Rodríguez Larreta es socio de Lousteau en la Ciudad, aquel Lousteau que le generó el susto de su
vida a Larreta en 2015 hoy se encuentra que sus candidatos ganaron en la Provincia y en la Ciudad pero no salió tan fortalecido como esperaba.

Al día siguiente de las elecciones, Larreta estaba más debilitado. Lo estaban cuestionando Morales, Manes, Macri, Patricia Bullrich. Casi como si Larreta, Santilli y Vidal hubieran perdido. A Larreta lo acusan sus socios, muchos de los que lo conocen bien, de querer comprar a todo el mundo con el presupuesto de la Ciudad. Con el maxikiosco de la Ciudad, como dice Jorge Asís. Lo acusan de querer comprar al radicalismo, a sus rivales, de querer disciplinar, bajar candidaturas como logró bajarla a Patricia Bullrich o a Jorge Macri, que ahora de repente aparece cruzando la General Paz como funcionario porteño. Impensado que Jorge Macri, que hasta hace poco quería ser gobernador bonaerense, ahora sea un ministro político de Larreta en la Ciudad.

El dato importante, de mano de una serie de actores muy poderosos del propio espacio de Juntos, es que quieren bajar a Rodríguez Larreta. En una disputa muy virulenta. Las peores cosas dijo Gerardo Morales esta semana de Larreta y lo señaló como el jefe de esa ruptura. Cuando uno pregunta en el radicalismo, la versión es otra. Cuando uno habla con Lousteau o con Nosiglia, con los sectores más cercanos a ellos, plantean que hay una discusión por quién encarna la renovación en el radicalismo. Para gran parte de los que están afuera es una disputa por cargos. No se termina de entender.

Nosiglia y Lousteau dicen que a los sectores medios los tiene que representar otro tipo de dirigencia. No lo pueden seguir representando Morales, Negri, Naidenoff, que son dirigentes que hace mucho están en los primeros planos. Ahora bien, uno podría decir “Nosiglia también está hace 50 años en los primeros planos”. La diferencia es que está detrás de escena. ¿Cuáles son los dirigentes que están en la superficie? Lousteau, Yacobitti, de Loredo. La disputa va para largo porque no se acota a la Cámara de Diputados. Se replica en el Senado donde manda Morales y tiene que ver con la disputa de poder hacia 2023. Macri, mientras tanto, se frota las manos porque piensa que lo van a tener que ir a buscar para ordenar esta discusión. Por su parte Macri, dicen algunos, propicia la pelea Bullrich – Larreta porque piensa que lo van a ir a buscar para que vuela a ser el jefe.

Esta discusión se da en un contexto, desde el punto de vista social, muy dramático en el que la se desliga. Como si la política fuera otro mundo. Como si la dirigencia política viviera en otro mundo. Lo vemos en los datos que presentó esta semana el Observatorio de la Deuda Social de la UCA. Hoy el 43,8% de los argentinos está bajo la línea de la pobreza, apenas menos que en el año de la pandemia cuando era 44,7%. Bajó un punto la pobreza pero sigue altísima: más de 4 de cada 10 argentinos está en la pobreza. También bajó el desempleo aunque de manera más pronunciada: de 14,2% en el año de la pandemia a 9,1% según los datos de octubre. Pero manda el efecto desaliento, en el que son muchos los que ya no buscan trabajo. Eso explica la baja del desempleo.
Otro dato de la UCA, también interesante, es que sin los planes sociales, sin esa formidable red de contención que dispuso el Estado argentino después de 2001 y que no paró de crecer, la pobreza no sería de 43.8% sino del 48,9%. De todas formas, la transferencia de ingresos -de la Asignación Universal por Hijo, del Salario Complementario, del Potenciar Trabajo- no alcanza para que esos sectores salgan de la pobreza. Es un estado de subsistencia en el que se mantienen pero que evita el desborde, evita el estallido. Más lacerante todavía, más preocupante, más doloroso: el 64,9% de los niños y adolescentes viven en hogares con ingresos por debajo de la línea de la pobreza. Casi 65% de los niños son pobres en la Argentina. 3,8 millones de pobres menores de 14 años. Nos acostumbramos a esas cifras como si fuera normal, como si no representara una amenaza a la convivencia, como si eso no pudiera volver a explotar.

En ese marco, en ese cuadro social preocupante que marca las cifras de la UCA, vemos a la
dirigencia, sobre todo a la opositora hoy pero mañana a la del gobierno también, peleando de modo
endogámico. Mientras el tic tac sigue corriendo. ¿Y la dirigencia en qué coincide? En que el Fondo es un mal menor para esta situación, que hay que ir a un acuerdo. Aunque la oposición no lo diga, cuando uno habla con los dirigentes por fuera de lo que dicen en los medios de comunicación, la cúpula de Juntos, y quizás hasta Macri, todos dicen que hay que apoyar un acuerdo con el Fondo.
Primero el gobierno tiene que cerrarlo amén del rechazo social que que genera el FMI, de las movilizaciones que genera, como la de hoy. Además, el Fondo es el dueño de la escena. Son pocos los que se animan a plantear una ruptura más dura con el Fondo, así sea como mecanismo de negociación. Sin el Fondo, acreedor privilegiado de la Argentina, gran auditor para lo que viene, el presupuesto que entra al Congreso es papel picado.

El gobierno da un mensaje preocupante. Esta semana tuvimos dos señales que me llamaron particularmente la atención pero no son nuevas. Por un lado, la represión en Wilde a una fábrica recuperada, que cerró en 2001 y fue ocupada en 2005. Nueva Generación, un grupo de trabajadores de la economía informal que fueron baleados, que fueron heridos por la Policía Bonaerense y luego detenidos. No se entiende por qué el gobernador Kicillof, por qué Sergio Berni deciden reprimir a esos trabajadores de la economía informal, por qué ese es el mensaje del Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires. Vimos también esta semana, un desalojo en La Matanza, en Ciudad Evita. Con detenidos, con heridos, otra vez con la represión de la Bonaerense para familias que ocupaban el predio 1º de Noviembre en Ciudad Evita. En línea con lo que fue Guernica, el mensaje del Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires es el mensaje que da la Policía Bonaerense.

Ese cuadro social preocupante presenta al Fondo casi como salvador, al menos así lo piensa la
dirigencia política. ¿Y a qué viene el Fondo hoy? Primero, viene a cobrar lo que le deben, la suya. Ya no viene como aliado del gobierno frente a los fondos de inversión sino que viene a exigir que
le paguen, un plan. Pero viene, sobre todo, a imponer su criterio, sus recetas. La salida para la crisis, como tantas veces en la historia Argentina. El Fondo vienen a disciplinar ese sistema político que está sin conducción y se pelea de forma endogámica, que parece encerrado en el sálvese quien pueda muy lejos de la realidad social. El Fondo es el que pretende ejercer un rol de liderazgo. Viene a forzar un ajuste que trascienda los gobiernos, que dure por lo menos una década. Y viene, sobre todo, a reponer la batería de ideas y axiomas que volaron por los aires hace casi veinte años, en un diciembre como este en la Argentina que ahora le toca gobernar al Frente de Todos.

Foto de Andrés Malamud en portada: PATRICIO PIDAL/AFV

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