Fuera de Tiempo con Beatriz Busaniche

Beatriz Busaniche, licenciada en Comunicación y presidenta de la Fundación Vía Libre, conversó con Diego Genoud sobre la lista de espiados durante la cumbre de la OMC en 2017 en Buenos Aires, el control a los servicios de inteligencia y la relación entre la ex SIDE, el poder judicial y los medios.

También charló en Fuera de Tiempo Carlos Leyba, economista, docente universitario y uno de los redactorores del Plan Gelbard, sobre la posibilidad de reeditar un pacto social en la Argentina post Covid-19.

“Vicentin, el fraude y lo que falla en Fernández”. Editorial del 13/06/2020 en FM Milenium

Algo falla en los movimientos de Alberto Fernández. El presidente no quiere repetir la historia pero, por momentos, parece que proyecta una remake de clase B.

Está pasando con el caso Vicentin. Ese anuncio que hizo el Presidente esta semana de la intervención de la cerealera de capitales junto a Gabriel Delgado, un técnico muy respetado por el mundo del agronegocio, junto a Matías Kulfas, el ministro de Desarrollo Productivo, junto a Anabel Fernández Sagasti, la senadora de La Cámpora. Ahí el presidente habló de soberanía alimentaria que, cuando uno empieza a indagar con los propios funcionarios del Gobierno, aparece como secundario: lo que destacó Fernández en la conferencia de prensa es lo menos importante en el caso de Vicentín. Tres veces habló de la importancia de Vicentin para el mercado de alimentos en la pospandemia.

Cuando uno habla con los funcionarios, y cuando ve incluso cómo evoluciona el tema en la agenda pública, se dice que en realidad la importancia de Vicentin para el Estado es que se convertiría en una fuente directa de dólares, para uno sediento de dólares como es éste. Además, ofrecería la posibilidad de intervenir en el mercado de granos. Es un problema cíclico de los gobiernos que necesitan dólares para paliar la restricción externa y se encuentran con que son muy pocos los sectores con capacidad de generarlos. 35 mil millones de dólares aproximadamente por año se exportan desde el campo. Por eso, tener a Vicentin como una empresa nacional aparecía como una oportunidad.

Pero ya desde la puesta en escena fallaron varias cosas —y hasta lo reconocen en el Gobierno. No estuvo, por ejemplo, Omar Perotti, el gobernador de Santa Fe, uno de los principales interesados en la intervención. Después nos enteraríamos de que no le interesaba la expropiación de la empresa. No estuvo el ministro de Agricultura, Luis Basterra, un técnico que tiene buena llegada y un equipo de gente muy cercana al agronegocio que le dejó Julián Domínguez. No estuvo el sindicato de Aceiteros, los trabajadores de la empresa Vicentín. No estuvo Claudio Lozano, director del Banco Nación y uno de los que primero puso el ojo en la defraudación de Vicentín porque, sin dudas, hay algo muy oscuro en esa empresa. Más allá de que haya protestas y movilizaciones en solidaridad con ella, hay algo que nadie puede terminar de explicar. No estuvo tampoco la Federación Agraria, de la cual muchos dirigentes después se expresaron en apoyo a la expropiación. No estuvo Coninagro, que reúne a las cooperativas y que ve bien el rescate de la empresa. Y obviamente no estuvieron los dueños de Vicentín, que después lo fueron a ver a Fernández, en una reunión el jueves pasado.

Algo apuró la puesta en escena. La urgencia del Gobierno no termina de quedar clara. “Era para evitar un mal mayor”, dicen cerca del Presidente. Argumentan que “había una runfla” que acompañaba a José Luis Manzano y que se podía quedar con la empresa a un precio de remate. Quizá por eso el Presidente se apuró a hacer esta presentación y anunciar una expropiación.

El caso de la cerealera es muy difícil de explicar. En la Argentina, en un país que compite en el sector de las exportaciones agropecuarias a nivel mundial, una cerealera que se funde, que entra en default, es un misterio. Una cerealera que además tiene, en una sociedad con Glencore, la planta agroindustrial más grande del mundo, en la localidad de Timbúes, en Santa Fe.
¿Cómo puede ser que una cerealera de origen nacional —porque obviamente hoy hay fondos de inversión que también forman parte de su capital accionario— vaya al default?

Bueno, se podría hablar muchísimo de lo que pasó durante los años de Macri; de ese préstamo increíble que Javier González Fraga le dio a la empresa por 18 mil millones de pesos desde el Banco Nación en la antesala del default y del concurso de acreedores. Sólo se explica, piensan en el Gobierno y también algunos que no forman parte, por una alianza de negocios entre el macrismo y el grupo Vicentín, teniendo en cuenta que sus dueños eran los principales aportantes de la campaña de Macri.

Estuvo seis meses a la deriva la empresa. El mercado no pudo resolver el problema de Vicentín y quedó un tendal de heridos: quedaron 2.600 productores sin cobrar y además quedaron los bancos, que son los primeros que ahora hacen cola para para tratar de cobrar. Los que apoyan la intervención y expropiación del Estado son los bancos transnacionales porque de esa deuda de US$ 1.500 millones hay una parte que tiene que ver con el estado y hay otra parte que tiene que ver con los bancos.

Es un mercado hiperconcentrado según el informe técnico que hizo el Gobierno. Las principales cuatro empresas agroexportadoras explicaron el 48% de las ventas externas totales de la Argentina en 2019.  Cuatro. Y las diez principales empresas representan el 91% del total del negocio. Entre esas diez empresas abundan los capitales trasnacionales y también hay de capitales nacionales, como es el caso de la propia Vicentín.

Alberto Fernández, de repente, queda envuelto en una película donde parece que quiere avanzar y retrocede. Raro para un profesor de Derecho Penal que se anuncie la expropiación en el medio de un concurso de acreedores, que recién dos o tres días después se vaya a intentar conseguir el aval del juez que lleva adelante ese concurso.

La ola de indignación, de reclamos en el círculo rojo y en el mundo empresario, y las protestas en la localidad de Avellaneda, de Reconquista, donde Vicentín es bastante más que su presente, es más que los hermanos Nardelli y el Beto Padoán, que están desprestigiados incluso en Rosario o en Santa Fe. Son noventa años de historia y entonces todo se mezcla, es complejo distinguir. La historia de Vicentín es una historia que desde Buenos Aires a veces es difícil de ver o de conocer. Pero es inexplicable que el Gobierno quede en una situación incómoda, cuando tenía todo servido para entrar con consenso a esta intervención y a este proceso de expropiación.

Tampoco está claro cuál es el sentido que le dará a Gabriel Delgado y si este es un técnico muy bien visto por el agronegocio a la intervención. Necesita Vicentín, en el proceso que empieza a partir de ahora, que los productores le vendan el cereal. Algo que hay que ver porque dicen algunos ex funcionarios que también “para un productor, entregar el cereal es casi como entregar a la madre”.

Desde afuera, si uno lee los diarios y mira la opinión de los columnistas que influyen en el círculo rojo, se dice que Alberto es rehén Cristina. Están dentro también del gobierno los que piensan que en realidad Alberto acelera con este proyecto de expropiación y después vuelve atrás para hacer un equilibrio entre cristinismo y el establishment. Paga un costo altísimo el Presidente porque pone el cuerpo, pone la cara. Dice una cosa y después encuentra dificultades para cumplir con lo que se propone. Y están también en la alianza oficialista los que advierten que este paso en falso de Fernández es responsabilidad pura del presidente. Al presidente le puede servir quedar como víctima de Cristina cuando comete un error.

Pero así como el kirchnerismo estatizó empresas como YPF, Aerolíneas o Ciccone, también Cristina puso al frente de YPF a Miguel Galuccio, que era un técnico del sector privado que había estado en la YPF menemista. Así también Cristina recomendó ahora a Sergio Affronti, el nuevo CEO, un tipo con lógica del sector privado. Así como Cristina fue a una confrontación con el campo, después nombró a un tipo que se llamaba Julián Domínguez como Ministro de Agricultura, que recompuso la relación con el sector agropecuario. Recuerdo que Domínguez terminó presentando el programa agroalimentario “Argentina 2020” con la Mesa de Enlace en Tecnópolis, un dato perdido en la historia.

Lo que aparece hoy es un presidente que a veces dice una cosa y hace otra. Que dice que no quiere ideas locas y al día siguiente anuncia una expropiación. Hay que definir a qué se refiere el Presidente cuando habla de ideas locas.  De fondo, lo que hay es un choque de países. Uno es el país del microcentro porteño, de los estudios de televisión, de la Casa Rosada, de la residencia de Olivos. Otro es el mundo del Conurbano. Hay otro país que es este, el de la zona núcleo, de la zona sojera, la que le propinó la derrota más dura al kirchnerismo. Ese país siempre está viendo que el kirchnerismo, llámese como se llame, con la figura que tenga adelante, lo quiere expropiar y quiere atentar contra su ganancia.

Son dos visiones ideológicas pero además son dos visiones concretas de la realidad: son dos mundos distintos. Una cosa es el mundo del Conurbano, donde está la base del kirchnerismo, y otra cosa es esa zona núcleo sojera que produce, que vende, que exporta, que también tiene empleados en negro en muchos casos, que evade impuestos en muchos casos, pero qué se siente el emblema de la Argentina competitiva. En este caso, para Fernández, lo preocupante no sería que vuelvan a chocar esos dos países que tienen intereses distintos. Lo preocupante sería que el presidente aparezca haciendo una cosa distinta a la que dice. Y más preocupante todavía sería que se note una falencia que en el poder puede ser letal. El desconocimiento de la realidad que se pretende transformar.

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