Myriam Bregman, diputada nacional por el PTS en el Frente de Izquierda – Unidad, conversó con Diego Genoud sobre el FMI, el Gobierno y las oposiciones.
“El discurso del estadio único”. Editorial 19 de noviembre en FM Milenium.
Semana bipolar, como muchas en la Argentina de los últimos tiempos. Con dos velocidades, con dos o tres temas que contrastan entre sí.
Con el presidente Alberto Fernández de gira en el exterior, en Indonesia, en Bali, en la cumbre del G20, incluso con un problema de salud importante que se busca minimizar desde el entorno presidencial. Estuvo de visita por Francia y por España, casi en el modo Canciller, al que parece estar destinado el Presidente. Estuvo acompañado por Santiago Cafiero, su hombre de mayor confianza, por el ministro de Economía Sergio Massa y por algunos colaboradores que forman parte de su entorno.
En el marco de una Cumbre del G20, la imagen principal fue la de la reunión con el Biden que viene de salir con vida de las elecciones, también con Xi Jinping en busca de una cierta distensión en la pelea geopolítica entre China y Estados Unidos. En esa reunión, dice Sergio Massa haberse llevado la ampliación de los 5 mil millones de dólares del Swap. Este intercambio de monedas con China ya lleva muchos años y todos los gobiernos lo fueron ampliando. Desde la oposición dicen que no sirve para nada, pero desde el Gobierno se muestra como una señal de fortaleza. Es lo que está haciendo Massa hoy, ya de regreso en Argentina. En un contexto en que las reservas del Banco Central vuelven a caer, aumenta otra vez la presión devaluatoria, sube otra vez el dólar paralelo en sus diferentes cotizaciones —no solo el blue sino también el dólar que miran las empresas, el CCL, porque es el valor del dólar que tienen que pagar.
Esta semana, junto con la caída de reservas, surgió otro dato importante: se perdieron, en lo que va de noviembre, 960 millones de dólares. Es el 20% de lo que consiguió Massa, al principio de su mandato, con el dólar soja. Aparece otra vez este funcionario extraño que es Gabriel Rubinstein con algunas declaraciones que no se sabe qué sentido tienen. Habla de “el riesgo de un Rodrigazo en la Argentina” en el contexto de la presión devaluatoria.
Vuelven los problemas que Massa había venido a ahuyentar con el dólar soja. Y se vuelve a hablar ahora de una nueva devaluación a medida. Algo que sería inminente porque le queda muy lejos al Gobierno la liquidación de la próxima cosecha, en febrero, marzo y abril. Hay que cruzar ese desierto todavía y se anticipan otra vez los problemas. Eso ya tiene consecuencias en la actividad económica: hay un informe que la UIA le acercó al Gobierno que dice que 3 de cada 10 empresas tienen problemas con los dólares que necesitan para la producción.
No hay dólares para nadie en este contexto. Si el Gobierno entrega un dólar como el dólar soja para el sector agroexportador —compra dólares a $200 y los entrega a $150— está muy claro que la frazada es corta, que la brecha cambiaria sigue siendo el problema de fondo y que el Gobierno no encuentra una salida sin devaluar frente a esta presión de los distintos actores de la economía que generan o demandan dólares.
Junto con ese problema, que obviamente tiene un impacto recesivo y se empiezan a frenar algunos sectores de la producción, el otro gran dato que impacta a cualquiera que vive de un ingreso en pesos en la Argentina, son los de la inflación que se conocieron esta semana: 6,3%. Ya no hay cómo medirla, ya no hay cómo entender que se puedan haber naturalizado estos números. Es el cuarto mes consecutivo con una inflación arriba del 6%. 76,6% desde enero, en 10 meses, récord absoluto desde 1991. 88% en los últimos 12 meses.
Parece que nos acostumbramos a estos niveles, a que ya no haya precios en la economía argentina. Pero no todos sufren de la misma manera estos niveles de inflación. Algunos datos del INDEC, que siempre me gusta citar: la Canasta Básica Alimentaria, que fija la línea de la indigencia, alcanzó a $65.105. Según el INED, eso es lo que necesita una familia tipo que tiene resuelto el problema de la vivienda en teoría para no caer a la indigencia.
Pero, ¿qué es lo que muestra la Canasta Básica? Que la inflación, que muchas veces se dice “la inflación de los pobres”, está 3% arriba de la inflación general. Si la inflación de octubre estuvo en 6,3%, el aumento de la Canasta Básica Alimentaria en octubre estuvo en 9,4%. 3 puntos extra que están sintiendo en el cuerpo los que están en el límite de la pobreza, en el umbral de la indigencia en muchos casos. La Canasta Básica Total, que es la que mide la pobreza, está en $140.000 hoy en la Argentina.
Aumentos del 9% en la inflación de los pobres. 82% es el aumento de la Canasta Básica desde diciembre del año pasado. 93% en relación a un año atrás. Por eso, ya se habla de una inflación interanual del 100%. Con esos números vamos a llegar a cerrar el año. No hay paritaria que aguante, salvo las de algunos gremios importantes, los conocidos como la aristocracia obrera, que le empatan a la inflación o le ganan por muy poco, después de años de caída del salario real. La mayor parte de la población no tiene cómo hacer frente a estos niveles inflacionarios.
Algo que se suele decir poco. En el interior del país, los precios son más caros en muchos casos que en el conurbano bonaerense y en la Capital Federal. Lo veía en un informe hace unos días en América TV. Por ejemplo, la leche, la yerba, el pan lactal, con precios mucho más elevados en San Luis o en Córdoba que en el Gran Buenos Aires. Casi el doble en muchos casos, en lugares donde no llegan los Precios Cuidados, donde no hay ningún tipo de contención para los precios o donde no hay posibilidad de regulación. Allí la inflación es todavía más alta con consecuencias concretas día a día. La escena social es como una arena movediza donde va cayendo gente por debajo de la línea de la pobreza y también el consumo, la gran novedad después de muchos meses de crecimiento. Aún con esos niveles inflacionarios el consumo seguía alto. Ahora vemos que ya no.
Algunos datos de la consultora Scentia, que mide los niveles de consumo y es de referencia para muchos diarios económicos: cayeron en octubre 4,5% promedio las ventas en los almacenes de barrio, en los supermercados chinos y grandes supermercados. Es la primera vez que caen en 14 meses los niveles de consumo. Pero cuando uno hace foco y mira lo que pasa en los comercios de cercanía, en los supermercados chinos, esa caída es del 10%. Una caída brutal donde además no están los Precios Cuidados o no está la posibilidad de financiación con tarjetas que ofrecen algunos supermercados. Hay mucha gente en la Argentina que paga la yerba, que paga la leche, que paga lo más básico con tarjeta de crédito, gente que se tiene que endeudar para llegar a fin de mes o, como decía el dueño de un supermercado del Gran Buenos Aires: “El 15 es fin de mes en el conurbano bonaerense”. En el resto del país, algunos dicen, es incluso antes.
Esa es la realidad social de la mayor parte de la Argentina bajo este Gobierno del Frente de Todos, el Gobierno del peronismo, el Gobierno de los Fernández. Es como una escena dislocada y llama la atención ver el lanzamiento, prácticamente, de Cristina en el Estadio Único de La Plata. Frente a muchísima gente: con la militancia histórica del kirchnerismo, con los de La Cámpora pero también con la dirigencia peronista. La dirigencia, hasta diría, antikirchnerista hasta hace 5 minutos. Muchos de los que buscaron siempre algún atajo para escaparle a Cristina estaban en primera fila.
Podemos hablar de Julián Domínguez, el ex ministro de Agricultura, de Felipe Solá, de Juanchi Zabaleta, de Gabriel Katopodis. Muchos dirigentes del Movimiento Evita que apostaron a cualquier alquimia con tal de dejar atrás a Cristina, ahora van otra vez como furgón de cola de la Vicepresidenta que mantiene un poder de movilización envidiable. Es raro ver esa escena en la que Cristina hace un discurso muy prolongado, es aclamada por su militancia, y habla de volver al poder como si no estuviera dentro, como si no fuera hoy la Vicepresidenta en la Argentina.
Cristina encara el acto en un contexto de derrumbe del salario, de caída del consumo, de inflación descomunal —por motivos externos y otros innegablemente que tienen que ver con la propia incapacidad del Frente de Todos para controlar los precios. La propia incapacidad del Frente de Todos para lograr un entendimiento interno entre el Presidente y la Vicepresidenta, y entre los distintos actores de poder, es lo que lleva casi a duplicar la inflación que dejó Macri, que ya era demencial. Por eso la escena en La Plata habla de la carencia del peronismo de liderazgos alternativos. Habla de la vigencia de Cristina y su fortaleza relativa.
Se da en espejo con un Mauricio Macri muy lanzado. Un Macri que ve cómo le va al Frente de Todos y especula que, entonces, él también puede ser candidato. Lo obliga a Rodríguez Larreta a salir otra vez a los medios, de recorrida, algo que Larreta preferiría evitar. Quizás el plan de Larreta era llegar al año que viene haciendo la plancha, sin confrontar, sin salir a mostrarse, sin salir a decir “Yo quiero ser”. Pero ahora lo vemos obligado a dar entrevistas por la centralidad de Macri, por la centralidad de Patricia Bullrich, como si dijera: “Estoy acá para pelear por la presidencia, pelear por el liderazgo de la oposición”. Y le está costando muchísimo.
No dijo Cristina, obviamente, en ese discurso prolongado si va a ser candidata o no. Quizás ni siquiera lo tenga decidido. Pero sí se la ve muy parada en el centro sin querer ni siquiera eludir esa centralidad. Y sin competencia en el peronismo; no hay nadie en ese espacio que hoy se vea, se perfile, muestre voluntad, capacidad o respaldo social para disputar el voto del peronismo. Un voto que viene cayendo, que no es el mismo del año 2019 después del desastre del gobierno de Macri. Ahora Macri mira y dice: “Después de este desastre, soy yo el que puede volver”.
Cristina plantea también la idea de un gran acuerdo nacional como eje para resolver los problemas de la Argentina. En contradicción con lo que ella misma hace desde el Senado, en contradicción con lo que muchos de sus seguidores hacen y le piden. “Hay que hacer un gran acuerdo entre los grandes partidos de la Argentina para resolver los problemas”, dice Cristina. Porque, si no, no hay salida. Cristina pronuncia la idea de que la mayoría de los argentinos tiene que tirar para el mismo lado.
Cristina, la vicepresidenta, no deja muy claro si está pensando en que puede gobernar o si en realidad le pide al próximo Gobierno que no persiga al peronismo de Cristina, a sus seguidores, a lo que fue el Frente Para la Victoria, como hizo el macrismo. O amaga con ser candidata o en realidad demanda una tregua para que el próximo Gobierno se siente a negociar con ella.
Cuando uno ve la escena general de un Gobierno que otra vez aparece con problemas para contener el dólar, doblegado en su debilidad por la presión devaluatoria, con estos números de inflación, de pobreza, de salario por el piso, de sueldos de hambre, donde la Vicepresidenta y el Presidente hablan de manera muy excepcional, uno se pregunta: ¿Cristina piensa que todavía puede ganar? ¿O solo busca que el sistema político, que el establishment, que el poder en la Argentina, el poder antikirchnerista le reconozca su centralidad aún en la derrota? ¿Piensa acaso que cuando tengamos un nuevo Gobierno que sea de otro signo, como muchos piensan, no avanzará sobre el kirchnerismo en revancha sino que se sentará a negociar una transición posible?
Esa es la pregunta central cuando uno la ve a Cristina en este contexto dislocado, como si fuera en otro país, un país donde Cristina es aclamada. ¿Cristina piensa que puede gobernar o solo piensa que tiene que mostrarle al próximo Gobierno que ella es necesaria para poder gobernar?