Fuera de Tiempo con Raúl Godoy

Raúl Godoy, candidato a vicegobernador de Neuquén por el Frente de Izquierda Unidad y dirigente obrero de FaSinPat (ex Zanon), conversó con Diego Genoud sobre el ataque a Sergio Berni, la situación social y lo que significa el desarrollo de Vaca Muerta.

“Contra los políticos”. Editorial 4 de abril en Radio con vos.

Hay un clima denso a nivel social desde hace rato. Lo vimos después de las protestas por el asesinato de Daniel Barrientos, un colectivero de 65 años, a punto de jubilarse, de la línea 620 en Virrey del Pino, La Matanza. En medio de la manifestación de los choferes de colectivo que reclaman por más seguridad, apareció Sergio Berni, ese gran actor que se autoconstruyó durante todos estos años con su presencia permanente ante las cámaras y que tantas veces ordenó operativos represivos. Apareció solo en lugares conflictivos, arriba de una moto, arriba de un helicóptero, con su perro.

Berni, que viene de Santa Cruz, que es un cirujano, como a él le gusta decir, un soldado de los primeros funcionarios del kirchnerismo, hoy parece un exkirchnerista. Dice él que rompió con la Vicepresidenta y que lo sostiene Axel Kicillof, aunque dicen que ahora la propia Cristina lo sostiene después de lo que sucedió en esta protesta de trabajadores donde, por primera vez, el Ministro la pasó muy mal. No solo le pegaron, no solo lo arrinconaron, también cayó al piso y realmente podría haber pasado cualquier cosa si uno mira las imágenes.

La pregunta es por qué ahora, después de tantos años. Berni lleva, podríamos decir, casi 10 años en ese papel. Es la primera vez que le sale tan mal, porque lo podrían haber linchado los choferes de colectivo en la protesta. ¿Qué cambió para que Berni reciba los golpes y la furia que recibió? Cambió la Argentina, probablemente, desde que Berni se subió a la moto. Desde que era el Ministro de Seguridad de Cristina hasta hoy, hace 9 años, Argentina viene en retroceso casi en forma permanente. Algún año de crecimiento en la economía y después caída, caída libre. La pandemia. El rebote de la economía el año pasado, un crecimiento que algunos llaman arrastre, de 5% en 2022. Pero, al mismo tiempo, aumentaban los pobres. Hay 2 millones de nuevos pobres y lo sabemos por los datos del INDEC del año pasado. Ni hablar de los años del gobierno de Macri. 

Digo 9 años porque pienso que este ciclo comienza con la devaluación de Axel Kicillof, el ahora Gobernador bonaerense. Después, durante el gobierno de Macri, el salario perdió 25 puntos, un hachazo furioso que siente cada persona que vive de un ingreso en pesos en la Argentina. Lo dijimos muchas veces en este espacio de Fuera de Tiempo, lo saben quiénes nos escuchan. Pero, claro, los números de la pobreza de la semana pasada también se imprimen sobre esta escena de furia de los choferes de colectivos sobre Berni. La plata no dura nada, lo cualquiera sabe cuando va al almacén, al supermercado, a la carnicería. 

Berni que dice “hubo un episodio raro en este crimen”, una zona liberada. Patricia Bullrich le responde. Lo cierto es que no fue el primer crimen de un colectivero. Escuchaba, miraba, todos vimos las entrevistas con los trabajadores de las distintas líneas de colectivo que dicen que es habitual, que ya murieron otros choferes, que esta violencia se repite en los viajes. Todo enmarcado en lo que los medios denominan “inseguridad”, hace tantos años, décadas. 

¿Qué es “la inseguridad”? Es la muerte de un chofer como Daniel Barrientos, sí, pero es violencia. Violencia urbana, violencia armada. Es el todos contra todos, la guerra por la supervivencia. ¿De dónde sale tanta violencia? ¿Tiene que ver o no con estos datos de la desigualdad, de la caída del poder adquisitivo, de la pobreza? Alberto Binder, que es un jurista reconocido y que en su momento trabajó en la reforma de la Policía Bonaerense durante la gestión de León Arslanian, me dijo una vez en una entrevista: “Lo que llamamos la fábrica de la violencia aparece en toda nuestra historia. Cada tanto estallan hechos de violencia que uno no entiende”.  

Esta violencia se fue fabricando durante años, 20 años, 10 años. De ahí salió toda esa violencia que tuvo como blanco a Berni pero que no es solo contra Berni. Es contra el gobernador Kicillof, es contra el intendente de La Matanza Fernando Espinoza. Es contra la vicegobernadora Verónica Magario, que era intendenta en La Matanza. Podríamos decir contra el ministro de Seguridad Aníbal Fernández. Pero, ¿es solo contra ellos? Porque se vuelve a oír otra vez algo que muchos pensábamos que era parte del pasado, que había musicalizado el estallido de la convertibilidad, el 2001: “que se vayan todos”. 

No es la primera vez. Si uno mira nada más acá, cerca de la Ciudad de Buenos Aires, hace un mes nada más hubo cortes en la Autopista Dellepiane de vecinos que estaban sin luz. Hubo violencia. Violencia entre ellos. Hubo represión de la Policía de la Ciudad. Y cuando uno ve lo que le pasó a Berni, se confirma algo que algunos piensan desde hace tiempo. La dirigencia política está jugando con fuego. 

Hablo todo el tiempo con políticos de todos los partidos. Primeras líneas, segundas líneas, funcionarios, legisladores, y son muy pocos los que tienen consciencia de la situación en la que estamos. O son muy pocos los que admiten que hay una situación muy complicada de deterioro crónico de muchos años, de la plata que no alcanza, de la violencia urbana. Son muy pocos los políticos que entienden el lugar de privilegio que tienen en la sociedad donde mucha gente, el 40% de la población, está debajo de la línea de la pobreza. Son pocos los que dicen “Sí, entiendo”, son pocos los conscientes del enojo y la furia que se va incubando, de que es la cabeza de los dirigentes la que está en juego en este momento.

Uno podría preguntarse, ¿hace cuánto que los políticos que vemos y escuchamos todo el día no viajan en uno de esos colectivos que manejan los trabajadores que se manifestaron? ¿Tienen noción de cómo se viaja en la Argentina, no desde ahora, sino desde hace mucho tiempo? 

Esa dirigencia, que no es solo política, que también es empresaria, comunicacional, que podríamos decir que es sindical, eclesiástica, vive en un mundo paralelo y, sin embargo, es la que cuenta la realidad. En la Argentina, está sobrerrepresentada la opinión de los dueños de la mayoría de las cosas, como los medios de comunicación. Los formadores de opinión viven muy lejos de esa realidad que vive la mayoría y encima son los que la narran. Hay un abismo entre la realidad y la narración de las voces más potentes en la Argentina. Uno se podría preguntar si esa distancia, si ese abismo, no produce también esta violencia. ¿A dónde va todo ese enojo con la política? ¿A dónde nos lleva? 

Aparece Javier Milei. Un hijo despeinado de Carlos Menem y Domingo Cavallo, que reivindica el proceso que nos llevó a la convertibilidad, al proceso de la hiperdesocupación y que todavía algunos recuerdan cómo terminó. Con un enojo muy grande de la política hace más de 20 años. 

Ahora parece ser Milei quien se beneficia del enojo con la política, según lo que marcan las encuestas. El mismo Milei que promociona, promete, promueve un extremismo de mercado, un mesianismo de mercado, un “sálvese quién pueda”, un retorno a las ideas de Menem y Cavallo. Usa la música de Bersuit Vergarabat, de La Renga, de las bandas que cuestionaban a la convertibilidad y al menemismo, pero promete un retorno al menemismo. ¿Por qué es una criatura como esta, un producto como este, un político como este, el que canaliza ese enojo y no otras expresiones? Quizás porque venimos de fracaso en fracaso.

A los que fuimos educados en política en los años 90, que nos criamos en esa atmósfera, que cumplimos la mayoría de edad, no nos sorprende el enojo con la política, con los medios, con la dirigencia, con los empresarios, con los periodistas. Al contrario, en mi caso, muchas veces me sorprende la legitimidad que todavía tiene la política; y es por la polarización, porque hay dirigentes que todavía representan o contienen. Pero cuando uno mira ese deterioro crónico, el cuadro de deterioro que muestra el INDEC, sin mencionar lo que muestran las centrales sindicales, contamos 18 millones de pobres. 54% de los pibes debajo de la línea de la pobreza. Caída del poder adquisitivo, desigualdad, licuación permanente de los ingresos con una inflación del 100%. Cuando uno mira todos esos datos, se sorprende porque el enojo es poco.

En un contexto de fragilidad, de inestabilidad, y que además tiene un horizonte complicado por delante, no hay nadie que espere que el próximo Gobierno llegue con buenas noticias. Tampoco es claro que este Gobierno pueda terminar con buenas noticias, más bien todo lo contrario. 

Tenemos una inflación de 100%, 105%, según calculan algunos con el nuevo dato que vamos a conocer la semana que viene de marzo. Tenemos caída de los ingresos y tenemos una recesión además producto de la falta de dólares y de la plata que no alcanza. Los políticos no son los únicos responsables de esta situación, pero el enojo es contra ellos. Por eso es raro que no lo adviertan, que no lo asuman, que no expliquen o no traten de explicar por qué estamos como estamos. Más allá de la pandemia, de la guerra, de la sequía, que sepan decir por qué se profundizó en todos estos años —primero con el macrismo, ahora con el Frente de Todos— una situación donde incluso la economía crece pero la mayoría la pasa mal. 

Si es el poder económico responsable de esta situación, la dirigencia política debería poder decirlo. Obviamente, es difícil que lo digan desde Juntos donde muchas veces se proponen como representantes del poder económico. También parte de la dirigencia del Frente de Todos se deshace en gestos al sector. Pero, insisto, el enojo es contra la política. Y muchas veces escucho a comunicadores o a dirigentes que advierten que esto es peligroso, que la antipolítica vuelve, que recomiendan tener en claro que la política es el camino, la herramienta para resolver los problemas.  Pero, ¿cómo se defiende la política? ¿Quién tiene la responsabilidad de defenderla? La dirigencia política está muy lejos de la sociedad, como se vio en estas imágenes que lo tuvieron a Berni como blanco.

En este cuadro hay otra cosa que además me llama la atención. No sé en qué lugar se inscribe, en qué lugar ubicarlo. En este cuadro de distancia de la política con la sociedad, de la caída de los ingresos, de violencia urbana, y es el regreso de cierto nacionalismo. No sé dónde empezó. Si con el Mundial, si con esa canción que hablaba de los pibes de Malvinas. El fin de semana pasado lo vimos, el domingo, en un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas. 

En un contexto en que tenemos al Fondo Monetario Internacional sentado a la mesa de las decisiones por mucho tiempo, traído de regreso por Macri y acordado con el Frente de Todos, aparece un cierto nacionalismo, un cierto patriotismo. ¿Tiene que ver con el Mundial?, ¿Es un fenómeno limitado al fútbol, a la Selección nacional? No lo sé. Pero el viernes pasado en la cancha —y pasó en otras también— me sorprendió cuando escuché el himno que estaba entonado por una banda militar y se cantó con mucha fuerza. Por el aniversario de Malvinas, desfilaron excombatientes. 

En este momento en el que 18 millones de argentinos y argentinas están bajo la línea de pobreza, en este momento en que la plata no alcanza, con fuertes escenas de violencia, de enojo con la política, del Fondo sentado a la mesa de las decisiones condicionando por mucho tiempo al gobierno que venga, que se vuelva a cantar el himno en las calles,  en las canchas, en las marchas, algo tiene que decir. 

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