Fuera de Tiempo con Rodrigo Zarazaga

Rodrigo Zarazaga, sacerdote jesuita, doctor en Ciencia Política, licenciado en Teología y Filosofía y director del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), conversó con Diego Genoud sobre el intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández.

“El atentado contra Cristina”. Editorial 3 de septiembre en FM Milenium.

Semana conmocionante, difícil de encarar. Es difícil decir algo en un contexto inédito como el que estamos viviendo. Después del intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández.

Obviamente, primero está el repudio obligado al intento de asesinato, en un hecho de violencia política por el autor del intento del crimen era alguien con activismo en las redes sociales, y que aparecía seguido en Crónica TV. Y porque se lo vincula con sectores de la Policía, habrá que ver si de la Federal u otros. 

Es un hecho gravísimo, en un país que se escandaliza todo el tiempo, que suele vivir de escándalo en escándalo, muchas veces, por cuestiones menores. Pero esta vez sí, lo que sucedió el 1 de septiembre de este 2022, no registra antecedentes recientes. Hay que recordar lo que le pasó a Raúl Alfonsín, en 1991 en San Nicolás. Otros, en 1986, cuando era Presidente y hubo un explosivo en una visita al III Cuerpo del Ejército en Córdoba. Pero hablamos de hace más de 30 años, 35 años, cuando recién amanecía la democracia. Era un contexto muy distinto, con las rebeliones carapintadas como una amenaza muy concreta a la democracia.

Estas imágenes que vemos en loop de manera interminable sorprenden porque muchas veces parecía un juego la confrontación de los dirigentes políticos. Juegan con fuego, pero no pasan a mayores. Pero son muchos años. También las redes sociales que retroalimentan esa confrontación.

Lo que vemos no fue un hecho aislado porque ya había una tensión muy fuerte desde hace muchos años, que tuvo una escalada con el intento del fiscal Luciani para que la vicepresidenta vaya a la cárcel por 12 años, que quede inhabilitada para ejercer cargos públicos. No fue un hecho aislado, pero sí excepcional. Hay que retrotraerse mucho en la Argentina para encontrar un episodio comparable.

Hay muchísimo para hablar, para analizar, para preocuparse. Vemos la reacción social de gran parte de la militancia del oficialismo del Frente de Todos, pero también de otros sectores. Vemos gran parte de la dirigencia de Juntos que expresa un rechazo, que expresa la condena. En algunos casos, empiezan a mezclarse los dirigentes como sintiendo que se llegó a un punto límite.

Hay mucho sobre lo que preguntarse. Es fundamental la investigación para saber qué pasó el jueves. Esta persona, a la que vimos gatillar a centímetros de la vicepresidenta el jueves por la noche en Recoleta, ¿para quién trabaja? ¿Con quién trabaja? ¿Cómo llegó donde llegó? ¿Estaba solo? ¿Estaba acompañado?  ¿Lo estaban esperando? Surgen un montón de preguntas que todavía no tienen respuesta.

Después, el caldo de cultivo, preguntarse sobre la historia de confrontación que nos lleva a este proceso. La semana pasada yo hacía un editorial, titulado “Ser Cristina”, que justamente se enfocaba en ella. Porque es una figura excepcional de la política argentina, porque condensa como nadie esa tensión. Porque fue Presidenta dos veces, porque es la Vicepresidenta. Y porque todavía tiene un envidiable apoyo social. Pero desde sectores de la oposición la consideran, prácticamente, al margen de la democracia aunque haya llegado al poder, a la presidencia, con los votos. Y aunque haya puesto a Alberto Fernández ahí donde está.

Lo que podría haber pasado con esa representación que tiene la Vicepresidenta si efectivamente la mataban el jueves pasado. Lo que todavía puede pasar si no hay un cambio fuerte que, en principio, parece haberlo. Hay algunos síntomas, como decía. La movilización social es siempre esencial, como pasó en otros momentos de la historia argentina, una historia de mucha violencia política. Algunos signos de la dirigencia se tratan de distender porque fueron los que echaron leña al fuego durante muchos años, incluso crecieron en la confrontación. En otros casos, porque se busca un tipo de liderazgo distinto, quizás como intenta Facundo. Hay que ver si tiene apoyo social, hay que ver si tiene fuerza para imponerse en la interna de Juntos, pero claramente es alguien que se diferencia cada vez más. 

En momentos dramáticos como este se nota más todavía que Manes intenta algo distinto en el marco de una dirigencia que venía jugando con fuego. Porque, además, la grieta es de clase, es social más que política. La desigualdad social profunda, la inflación tan marcada, y millones de personas que están en el límite de la pobreza o por debajo incluso de ese umbral hacen que no haya demasiado margen para jugar con fuego por parte de la dirigencia.

La polarización que se arrastra desde el año 2008 es muy grande, y traduce a nivel político esas diferencias sociales, aunque el peronismo perdió adhesiones en sectores populares, cada fuerza política expresa casi un sector social.

El tercer aspecto es la fragilidad enorme de la Vicepresidenta. Es una dirigente política que divide a la sociedad, que también tiene un liderazgo indiscutido en una parte de ella y que tiene mucho poder aunque relativo -porque no puede todo lo que quiere-, como muchas veces lo analizamos en este programa. Vimos, como nunca, la figura central de en su fragilidad, indefensa como nunca. Víctima de fallas de seguridad tremendas, bajo una desprotección absoluta.

Se podría hablar muchísimo de cómo fue posible que alguien se acercara a centímetros de la cabeza de la Vicepresidenta y dispara, además, sin que nadie se interpusiera, sin que hubiera un brazo de un custodio que lo impidiera cuando este personaje levantaba la pistola. Aunque tiene una custodia que fue reforzada en los últimos tiempos, no hubo ningún custodio de la Vicepresidenta para protegerla.

¿Qué falló? Se puede hablar muchísimo. Los que vamos a la cancha sabemos que para ir a un partido de fútbol hay que pasar cinco, seis, siete controles policiales en los que uno es cacheado. Hay más seguridad, como me decía alguien, para ver un partido de fútbol que para cuidar a la Vicepresidenta en la Argentina. Como si no se hubiera tomado nota, desde el propio Estado, desde las propias fuerzas de seguridad y de la conducción política a las que estas deben responder, de ese clima de confrontación. Aunque ya había habido indicios, las piedras en su despacho, hace unos meses nada más, podrían haber sido uno. Frente a esa ofensiva, a esa avanzada, la Vicepresidenta aparece, como en muchos otros aspectos, desprotegida.

Alguien que conoce, que trabajó para distintos gobiernos en el tema de la seguridad al lado de dirigentes políticos en momentos difíciles de la historia argentina, decía: “Hay una ingenuidad pavorosa en el Estado argentino”, en los que, por ejemplo, tienen que cuidar a la Vicepresidenta.

Después se puede hablar muchísimo de por qué Cristina. Porque lo que pasó fue demencial, uno todavía se sorprende, pero no era imposible de prever. No solo por la confrontación, por los discursos de odio de los que tanto se habla, sino porque la Vicepresidenta estaba, la semana pasada, en una situación nueva para ella. 

Néstor Kirchner era alguien que desde que asumió se zambullía en la multitud. Tenía un jefe de la custodia, un comisario que lo acompañaba a sol y sombra y sabía moverse en esa escena. Cristina es distinta en ese aspecto. Aunque conserva adhesión social y es la heredera de lo que Néstor Kirchner empezó a construir, Cristina no es de moverse en la multitud. Sorprendía mucho verla mezclada entre la gente, en una pose o una actitud que no natural para ella. Está más bien acostumbrada a otro tipo de apariciones.

Cristina desprotegida frente a sectores del poder económico, del poder judicial, de la sociedad que la quieren ver fuera de la escena política. Estuvo durante los últimos años del macrismo en una situación muy precaria. Iban a la cárcel funcionarios, empresarios ligados a ella. Pero ella no fue a la cárcel, nadie sabe muy bien por qué, porque durante dos años no tuvo fueros. Quizás por temer una reacción social, el juez Bonadio no avanzó con eso. Pero la Vicepresidenta volvió al poder y vemos que tiene enormes dificultades que se han analizado muchísimo en este espacio, y sin embargo ahora no es el momento de analizar. Ha perdido y ganado elecciones. Pero hay un intento de que no forme más parte de la política. Por eso la marcha del kirchnerismo que salió a defender su derecho a ser parte de la democracia, del juego de las elecciones, pero no a reivindicar lo que hizo este experimento de poder de los Fernández en el Gobierno.

El atentado contra la Vicepresidenta tiene, desde luego, repercusión internacional. Porque es una figura irremplazable, no hay recambio para Cristina ni siquiera en el propio kirchnerismo. La Cámpora, Máximo Kirchner, son figuras muy marginales dentro del armado del Frente de Todos. O no dieron el salto o no pueden llenar ese vacío o es muy difícil. Todo está armado en torno a la figura de Cristina.

Cuando murió Kirchner, que había sido el constructor de este espacio, quedó Cristina como sostén de las paredes de este andamiaje que sigue teniendo representación social. Puede no ser una mayoría -puede, por momentos, construir una mayoría con otros sectores o puede ser incluso minoría-, pero sigue siendo una fuerza muy importante en la Argentina democrática. Y la Vice no tiene a nadie que le pueda hacer sombra o la pueda contradecir a la hora de conducir a esos sectores que salieron a la calle este viernes y seguramente van a volver a salir.

Lo decía también la semana pasada: es mucho lo que depende de Cristina. Son muchos los sectores, toda la Argentina política, que están pendientes de lo que haga. Los sectores que la respaldan, la clase media que la acompaña, los sectores de poder que no la abandonan. Algunos sí, otros no, pero mayoritariamente siguen siendo representados por el kirchnerismo. Los Gobernadores, los Intendentes, los sindicalistas, los movimientos sociales. Y también la oposición que se construyó enfrente de Cristina. No hubiera existido quizás Juntos si no hubiera sido por el rechazo a Cristina.

Primero fue Néstor Kirchner, después Cristina la que construyó su propia oposición. Nació una oposición muy poderosa, muy fuerte a nivel social y a nivel del poder, en rechazo a ella. Desde esos sectores, como Juntos, muchas veces escuchamos, que Cristina mató a Nisman, por ejemplo. Una frase que una parte de la sociedad cree. Si Cristina mató a Nisman, en una ley del talión es posible que alguien quiera matarla.

Ese discurso que se repite y que lo escuchamos desde hace muchos años, acerca de Nisman u otras cuestiones, tiene una encarnadura social, por supuesto. Y también hay sectores del poder que fogonean ese juego al límite. Hay que irse a otros países, a otros años, para encontrar un episodio similar. Y todavía no podemos ni siquiera pensar lo que hubiera pasado en la Argentina si efectivamente mataban a la Vicepresidenta el jueves pasado.

Es una bisagra, dicen muchos. Hay una toma de conciencia, piensan algunos, de que se estaba en el límite. Tienen que nacer nuevos líderes que no le tengan miedo a sus propias bases, que estén dispuestos a contradecir a sus propios seguidores. Líderes que no crezcan en la confrontación fácil, sino que estén dispuestos a llevar adelante la idea del consenso de la que tanto se habla pero por la que poco se hace.

Puede ser, tal vez, una oportunidad, como dicen algunos, como quieren creer algunos. Esta sí que parece la última.

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