Massa sirve para Cristina y Carrió

Nota publicada en La Política Online el 13/08/2022.

La crisis no se profundizó ni, mucho menos, se revirtió. Quedó por ahora en suspenso. Pero la hiperactividad de Sergio Massa y la enorme expectativa que él y sus amigos habían contribuido a generar pueden empezar a jugar en contra, en un contexto de lo más complejo. Ni la inflación récord que da escalofríos y pulveriza los ingresos ni la brecha cambiaria que subsidia a los llorones de la UIA pueden atenuarse con fotos y declaraciones.

Massa abrió una interlocución con todos los actores de la economía, se quedó con la política energética en acuerdo con Cristina, ofreció concesiones extraordinarias a los bancos para patear hacia adelante los vencimientos en pesos y promete nuevas ventajas para el sector energético y el agronegocio, pero no logró lo que a su lado habían dejado trascender antes de que asumiera: aumentar las reservas del Banco Central, que cayeron en más de U$S1000 millones en los últimos 10 días. 

Más allá de las promesas de las cerealeras, el salvataje de los bancos internacionales no aparece, de Qatar solo vienen noticias del Mundial y los U$S 5000 millones con los que el superministro pensaba blindar su gestión todavía no llegaron. El riesgo que impone la brecha es que, cuando aparezcan, entren por una puerta de Reconquista 266 y salgan por la otra.

Aún así, cerca de la vicepresidenta, no tienen dudas de que Massa es el mejor piloto de tormentas al que podían aspirar en este momento. “Si no le prestan a él que es de ellos, no le prestan a nadie. A nosotros directamente nos quieren voltear”, dicen. 

La brecha funciona en la práctica como una fuerte transferencia de ingresos entre facciones del poder económico: a favor de una industria que demasiadas veces se da vuelta y remarca como en el caso de los empresarios textiles, íntimos del Frente de Todos. “Es la primera vez en la historia que la UIA no presiona por la devaluación”, dice un economista de diálogo con Massa. Mirando los beneficios para los bancos, los industriales y la pretendida burguesía petrolera, los sojeros siguen parapetados arriba de los silobolsas y apuestan a un margen mayor de rentabilidad en el corto plazo.

Aunque Federico Basualdo, el subsecretario que derrotó a Guzman con apoyo de CFK, finalmente se fue y dejó el área de Energía a Flavia Royon, una funcionaria salteña ligada a la familia Brito, la segmentación de tarifas viene postergada y el ajuste furioso que pretende ejecutar Massa para cumplir con el Fondo no encuentra hasta el momento otro cauce por donde avanzar. Al contrario, el ministro de Economía ve como los movimientos sociales opositores ocupan la calle y desde Juliana Di Tulio hasta Juan Grabois le piden partidas adicionales para afrontar la emergencia.

Massa todavía no consiguió que asumieran como su mano derecha ni Marina Dal Poggetto ni Gabriel Rubinstein ni nadie y hoy no está claro quien piensa la macro al lado de un superministro que parece aventurarse a su propio copypaste. Tal vez en las próximas horas, aparezca el nombre.

Con esos resultados discutibles, en apenas unos días de gestión puso impacientes primero que nada a sus propios cuponeros, que después de promocionarlo con horas extras ahora le piden resultados. Además, gatilló dos hechos políticos en los actores principales de un sistema entregado a la endogamia: le permitió respirar al funcionariado del Frente de Todos que festeja porque ya no se acerca el precipicio -sigue a la misma distancia- e ilumino a Elisa Carrió para liberarse de toda culpa.

Mientras el Frente de Todos se desangraba y corrían versiones de renuncia de Alberto Fernández, Lilita estaba “atragantada”, según su reciente confesión. Por fin, pudo volver a la tele para rememorar la alianza -fallida pero prolongada- del macrismo con el peronismo colaboracionista durante la aventura en el poder del heredero de Los Abrojos.

Pese a que el ajuste fiscal es el ABC de la salvación por la que predica Massa, la vicepresidenta ahora digiere con inédita mansedumbre lo que en Martin Guzmán la sublevaba. ¿Por qué lo hace? El Presidente le dice a su entorno que él no lo sabe. La dirigencia que dialoga con CFK asegura que no todo se explica por el susto después de siete semanas de corrida cambiaria que llevaron el dólar de 200 a 300 pesos. Además, piensan que aunque Massa haya prometido hacer lo mismo que Guzmán pero más rápido, hay entre ellos una diferencia fundamental. “Sergio quiere ser candidato a presidente y no puede hacer cualquier cosa. Guzmán en cambio nos mintió”, repite un senador de trato histórico con la vice. 

La diferencia del político Massa con el técnico Guzmán encierra el drama del peronismo electoral: se degradó tanto el andamiaje de la unidad, que al candidato le toca hacer el ajuste y resolver la encrucijada de la devaluación: resistirla casi sin armas como hasta ahora o ejecutarla como reclama un bloque de poder del que depende como nunca el gobierno.

No es el plan que el cristinismo hubiera querido elegir. Por eso, con una frase que recuerda la epica perdida, dicen: “Si tuviéramos fuerza y estuviéramos solos, haríamos otra cosa”. Mientras tanto, la confusión se expande en una parte considerable de las bases del oficialismo y el aumento del 15,5% a los jubilados anunciado por Massa viene a paliar una transformación de fondo: la licuación de los ingresos. Lo muestran los economistas del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía en un reciente estudio: en 2018, las jubilaciones representaban el 52% del total de los gastos del Estado y ahora representan el 42%: perdieron 10 puntos desde entonces hasta hoy.

Sin hacer referencias a la orientación política y económica del gobierno desde su último discurso hace más de un mes en El Calafate, Cristina aparece otra vez replegada sobre su situación personal y en defensa propia. Su regreso a una batalla judicial no tiene que ver sólo con la idea fija del lawfare sino con la perspectiva general de un FDT que ella misma parece ver en retirada. Pero mientras la mayoría de los votantes históricos pelea cada día por inventarse su sobrevida, CFK vuelve a concentrarse en un tema desconectado de las necesidades más urgentes.

Casi como Cristina, al otro lado de la polarización, Carrió también dice estar aliviada en lo personal mientras la economía combina altísima inflación con la amenaza de recesión y pérdida de reservas. A cargo de la secretaría de Demoliciones, según la definición con que la inmortalizó Raúl Baglini, Carrió se dio un banquete de batracios durante el gobierno que alterno ajuste, devaluación, inflación récord, recesión y, sobre todo, alianzas con el peronismo de Massa, Pichetto, los gobernadores y los intendentes del PJ.

Ahora que Sergio llegó, Lilita se liberó: cree que con el desembarco de Massa y sus amigos empresarios en el gobierno -parte de los cuales también invirtieron en Macri-, la unidad de Juntos ya no corre riesgo. En su caracterización, un Massa que se prende a lo bonzo en el fuego del kirchnerismo ya no está disponible para ensayar nuevas alquimias con los radicales y peronistas que sobreviven no sin culpa dentro de Juntos. Fue por eso que disparó con su rifle de asalto sobre los sobrevivientes de su alianza: Gerardo Morales, Emilio Monzo, Rogelio Frigerio, Cristian Ritondo, Maria Eugenia Vidal, Gustavo Ferrari y hasta Gerardo Millman, que pasó de Margarita Stolbizer a Patricia Bullrich. A ellos, Carrió le sumó a Facundo Manes por sus vínculos empresarios. 

Casi todos socios de Massa en distinto tipo de UTE según ella supone, ninguno le llega a los talones a Horacio Rodriguez Larreta, el gran sponsor que hoy tiene la fundadora del ARI. En eso coinciden todos los apuntados y sus aliados, desde la cúpula del radicalismo hasta el macrismo de fronteras porosas con el peronismo sin medio. Al lado del jefe de gobierno, admiten desde siempre que no tiene más de cinco amigos en la política: uno es Massa, el archienemigo de Carrió que comparte con ella la disputa por intereses similares.

Carrió recordó la íntima convivencia de Massa con el macrismo y sacó del baúl de sus recuerdos los nombres que remiten a un tiempo que no está terminado porque siempre hay alguien abanicando el cadáver de la avenida del medio. Vuelven en loop las visitas a TN de Massa y Malena Galmarini para defender la idea de que cualquier cosa -léase Macri- era mejor que votar a Daniel Scioli. También las consignas de América TV durante sus años amarillos y las imágenes de Massa en Davos con el traje de jefe del peronismo que le había alquilado Macri para que lo estrene ante Joe Biden. 

Cuando el superministro viaje en septiembre a Washington, Jake Sullivan y Juan González tendrán que evitar confusiones y explicarle bien al veterano Biden que este Massa es el mismo que aquel: con más poder, en una Argentina que sigue en el espiral de la crisis y como jefe del peronismo, pero no del que quería Macri sino del que remite a Cristina.

El fantasma de un cogobierno que se arme para afrontar la emergencia del Frente de Todos es lo que tenía atragantada a esa Lilita que sigue explotando la franquicia de la decencia. Para los dirigentes más importantes del radicalismo, la catarsis de Carrió confirma una vez más que su partido ya no existe y que ella cambió de iglesia. Ahora, dicen, es parte del Mundo PRO, justo y tardío homenaje al libro de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti. La interpretación es clara: Carrió conspira contra la gran liga de radicales y peronistas que habitan el tinglado de Juntos desde una identidad que comparte con sus dos socios principales, Macri y Larreta. Por eso, Bullrich -que tiene en su entorno a Monzó- sale a enfrentarla por primera vez en nombre de la convivencia.

Para todos los acribillados en la pantalla de LN +, el jefe de gobierno porteño tardó demasiadas horas en salir a responder que la ametralladora de Carrió no era el camino. Lilita, que sabe de su amistad con Massa, no lo nombró. Lo hizo, según coinciden en el arco de Juntos, porque le está exigiendo a su manera más poder y recursos de cara a la etapa que viene. Si pudo purificar a Macri y hacerle un lugar en su corazón, justo al lado del crucifijo, puede hacerlo también con Larreta.

Los fundadores de Cambiemos hacen por estas horas una descripción del experimento que tiene similitudes con lo que se observa en el Frente de Todos. Dicen que nunca fue una coalición sólida, que tuvo antes que nada un objetivo electoral y surgió de la resistencia al kirchnerismo más pujante.

El mendocino Ernesto Sanz busca darle forma a un teorema propio que compita entre los radicales. Dice que las dos alianzas son directamente proporcionales: a mayor fortaleza del gobierno, mayor fortaleza de la oposición, a mayor disgregación del peronismo pancristinista, mayor disgregación de la alianza antipopulista. Debería ser al revés, si es que Juntos se cree en condiciones de gobernar a partir de 2023. Pero como pasó en el caso del Frente de Todos, la actual oposición es la que pretende regresar al poder sin hacer ningún balance ni autocrítica de conjunto sobre el desastre económico del mejor equipo de los últimos 50 años.

La idea de llegar gracias al fracaso ajeno y después ver muestra a una dirigencia que habla de responsabilidad, pero actúa en sentido contrario y se lanza a provocar a una sociedad extenuada. Juegan con fuego y no se cansan de defraudar.

Por lo pronto, Carrió puede destripar porque sintoniza con los animadores de televisión que le marcan la cancha a Juntos y les hablan a los dirigentes de la alianza opositora como si fueran sus jefes. La falta de liderazgo que encarna como nadie Fernández también afecta a Juntos. Por eso, Macri sigue ahí y Carrió también.

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