Fuera de Tiempo con Marcelo Leiras

Marcelo Leiras, sociólogo, doctor en Ciencia Política, investigador y asesor en el Ministerio del Interior, conversó con Diego Genoud sobre el aniversario del gobierno de Alberto Fernández, la coalición de gobierno, la oposición y las elites empresarias frente al oficialismo. 

“Un presidente en formación, una orientación en disputa”. Editorial de 12/12/2020 en FM Milenium.

Alberto Fernández acaba de concluir un año larguísimo, interminable. Seguramente el presidente asumió con otras expectativas. Pero llegamos a este final de 2020 con la cuenta traumática de 40 mil muertos por coronavirus en uno de los países que tiene más muertos por millón de habitantes. Al principio parecía que Argentina era uno de los países que mejor estaba haciendo las cosas contra el Covid-19 pero llegamos a este fin de año con un número abrumador e impensado hasta por los más pesimistas.

Si algo aprendieron el gobierno y la sociedad en esta larga travesía es que hay que decirle adiós al triunfalismo que existía al comienzo de la cuarentena, cuando Argentina figuraba en otra tabla. A esa realidad que impone la pandemia y que preocupa a todo el mundo, se le suma una realidad particular del país: tres años seguidos de ajuste, diez años seguidos de recesión y los números de la pobreza.

Si bien hay 40, 42 o 44% de la población bajo la línea de la pobreza, sabemos que cuando una franja de la población pierde una pequeña porción de sus ingresos, cae en la pobreza. En ese contexto, el gobierno puede decir que termina el año con un balance positivo si se lo compara con cómo fue este 2020 interminable para Alberto Fernández y para el Frente de Todos. Termina mejor porque empieza a plantear en la agenda algunos temas que le interesan después de haber naufragado en varios intentos de transformaciones tenues.

El gobierno logró en este fin de año aprobar el impuesto a la riqueza, sacarle a Larreta lo que le había dado Macri y el debate por el aborto legal. Ahora viene otro tema que le preocupa al oficialismo que es la suspensión de las PASO y que es presentado como una inquietud de los gobernadores. También se festeja que sube la soja en los mercados internacionales.

Si uno tiene que hacer un balance de este primer año de Alberto Fernández, se encuentra con un balance amargo porque Fernández nunca se imaginó la pandemia y las dificultades que iba a tener para conducir a la coalición de gobierno y al país. Se encontró en una situación inédita porque él siempre había trabajado para otros: nunca construyó poder propio y ahora en el poder eso se revela como un límite. Después de un año se ven los límites de esa estrategia de la no construcción de un “albertismo”, las limitaciones de un hombre sin poder propio.

A ese déficit de un burócrata que llegó a la presidencia sin poder propio se le suma una decisión que tomó Fernández: armar un gabinete para otro país. Un gabinete para una Suecia sin pandemia, donde Fernández es el que concentra la mayor parte de las decisiones. En ese gabinete con muchos ministros sin poder propio se revela que Fernández tiene una dificultad para delegar.

Al gabinete con escaso volumen político y un jefe de Estado sin poder propio se le suma el poco cuidado de su palabra que hace el mismo Presidente. Alberto Fernández habla demasiado, todo el tiempo. Quizá porque no tiene un vocero calificado es porque termina siendo su propio vocero como lo era cuando fue Jefe de Gabiente de Néstor y de Cristina Kirchner. Ese abuso de la palabra muchas veces lo lleva a quedarse sin discurso en momentos decisivos. Hablar tanto a veces le cuesta caro porque cuando tiene que hablar no sabe o no tiene forma de abordar esa realidad. Como con los 40 mil muertos por coronavirus o con los números de la pobreza.

El objetivo principal que tiene Fernández hoy es conducir al Frente de Todos y no resignar el valor de la unidad. La unidad es vital para este peronismo de varias caras pero es cierto que no alcanza para gobernar la Argentina. Por eso, se ve en el presidente a un hombre que no actúa como si no tuviera más ambición que ser el encargado de la transición y no el comienzo de una nueva era para el peronismo. Por eso, parece que se trata de un presidente en formación.

Fernández inicia ahora su segundo año con un Fondo Monetario Internacional que presiona por un ajuste que nunca se llevó bien con los años electorales en la Argentina. El presidente tiene que decidir este año si sigue con los funcionarios que no funcionan, con los funcionarios que no lo cuidan -según él dice en momentos de enojo- o si cambia por un esquema distinto con mayor volumen político, con menos ministros y de mayor peso propio. ¿Puede Fernández seguir adelante con este esquema que armó? Lo que es seguro es que el presidente lo discute con su círculo de incondicionales.

A Alberto lo beneficia el bajo nivel de conflictividad que hubo en este primer año. Ya sea porque recién arrancaba el gobierno, por la pandemia, porque la mayor parte de los gremios y los movimientos sociales están alineados al gobierno, lo cierto es que el nivel de conflictividad fue cero aunque los salarios e ingresos de los pesificados volvieron a caer contra la inflación.

También está en disputa la orientación, un rumbo económico y una estrategia de poder. Todo esto dentro del Frente de Todos, donde hay diferencias que no se ocultan. Dentro del oficialismo hay quienes quieren ir a un consenso desde la debilidad y otros que quieren avanzar con reformas estructurales. A esas disputas sin saldar se le suma la disputa más grande que es el conflicto nacional, distributivo, político, ese empate hegemónico que persiste en el marco de un gobierno con la contradicción adentro, con sectores que piensan como la oposición. Por eso, la disputa es interna y es externa.

A esos conflictos internos y estructurales se les suma también la discusión con el Fondo Monetario Internacional, un actor central de la política argentina y decisivo para pensar el país que viene. Algo es seguro: el Fondo se queda, no se va, aunque sus funcionarios vayan y vengan desde Washington, están sentados donde se toman las decisiones en la Argentina. Se trata de un acreedor privilegiado, al que se le debe una deuda monumental, que pasó de ser socio de Macri a ser socio de Fernández.

Cuando uno mira el balance de este año intensísimo para toda la sociedad, Fernández termina también desgastado y tiene pendiente una materia: completar su formación como presidente. Puede cambiar muchas cosas, porque el manual que lo llevó a ser uno de los funcionarios más eficaces del kirchnerismo quizás se revela insuficiente para este momento. Además tiene que definir una orientación: hacia dónde sale el Frente de Todos en el año electoral. Es una disputa del presidente en tres planos: con el propio oficialismo, con la oposición y con el Fondo Monetario Internacional. Si Fernández resuelve su formación y su orientación como presidente, tal vez empiece a resolver lo segundo: esa disputa en tres planos que todavía no está saldada.

Foto de portada: Natalia Marcantoni para Revista Almagro

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