Fuera de Tiempo de viaje en Estados Unidos

“Un viaje a Estados Unidos”. Editorial 12 de noviembre en FM MILENIUM.

Semana rara, por lo menos para mí. Me encuentro fuera de la Argentina, trabajando en la cobertura de las elecciones en Estados Unidos para La Política Online. No desde Washington o Nueva York, que son los centros de decisión política y financiera, sino desde Houston y Austin, que son dos de las ciudades más importantes de Texas. Desde muy lejos, puede llamar la atención. Aunque no tanto dentro de Estados Unidos, aún cuando todavía llama la atención la centralidad de Texas, que es un país y tiene una importancia fenomenal por varias razones.

Por un lado, la extensión de Texas. Tiene una superficie más grande que Francia, que España, que Alemania, y el doble de superficie que la Provincia de Buenos Aires. Tiene 30 millones de habitantes, es el segundo Estado más grande en Estados Unidos, después de California. Es el segundo también en extensión después de Alaska, que es una especie de continente desierto. Además, Texas tiene la particularidad de que comparte nada menos que 1.900 kilómetros de frontera con México. 

En el sur de Texas, el 80%, el 85% de la población es latina. En lo que se conoce como el Valle del Río Grande, ese porcentaje de la población habla español. Es a través de esa frontera tan extensa, la gran puerta de entrada, que los latinos vienen en búsqueda del “sueño americano” en el que todavía muchos creen. No solo son mexicanos, sino que muchos, como se sabe, vienen desde Centroamérica. Cruzan todo México y llegan a la frontera. Es un movimiento que lleva varios años pero que crece cada vez más y es una ola imparable. 

Los latinos son un continente que se incorpora también al poder estadounidense. No son todos los que están en posiciones de poder, son una minoría, pero son muchos los latinos que hoy están en puestos de conducción en las empresas, en los partidos, en los medios, en los bancos, en el mundo de la publicidad, del lobby.

Además, Texas es la capital mundial del petróleo. Acá están Chevrón, Exxon, Shell, British Petroleum, y también están empresas argentinas como Tenaris, de Paolo Rocca, como PAE, de los Bulgheroni, como Pampa Energía, como YPF. Están también las grandes empresas que se empiezan a trasladar a Texas por los beneficios impositivos, porque es un Estado republicano —el más grande que hoy tienen. Por ejemplo, Tesla ya está asentada en Austin, donde está también el Capitolio, donde está el poder político en Texas. 

Este viaje tiene que ver mucho con Ignacio Fidanza, que es el director de La Política Online, que está hace mucho tiempo mira esto que cuento y La Política Online trata de crecer, de hacer pie en Estados Unidos hablándole justamente a la comunidad latina.

Texas, según dicen, es la novena economía del mundo por el peso económico que tiene. Es un Estado republicano desde 1994, es el más rojo y más grande del país. La paradoja es que los demócratas ganan en las grandes ciudades como Houston, como Austin, como San Antonio, como Dallas. 

En esta elección de Texas, sobre la que escribí bastante en La Política Online, no hubo una gran sorpresa: el Gobernador republicano fue reelecto y empieza ahora su tercer mandato. La sorpresa estuvo, obviamente, en la elección nacional porque Joe Biden y los demócratas salieron con vida de un test que se perfilaba como una catástrofe. Se habló durante semanas, meses, de una ola roja, de una ola republicana que iba a aplastar a los demócratas. No la hubo.

Se pensaba que Biden podía perder las dos Cámaras, sobre todo el Senado donde, desde siempre, al presidente le cuesta horrores aprobar un proyecto. Es posible que lo terminen ganando, todavía quedan dos o tres Estados por contar. En esos que faltan, con definición pendiente, pueden ganar los demócratas: Nevada y Arizona son dos Estados que están pegados a California, están en el sur, cerca de la frontera. Georgia está arriba de la Florida, más sobre el Atlántico, allí va a haber una segunda vuelta para elegir al senador. 

También está pendiente la definición en la Cámara de Representantes, donde es probable que —ahí sí— pierdan los demócratas. 

La conclusión de esta semana, de lo que se habla todavía acá en Estados Unidos, es que el Congreso sigue en disputa. Va a ser un terreno de negociación pero no completamente hostil para los demócratas como se suponía. ¿Por qué eso es importante? Para los analistas de la política norteamericana, sobre todo para los que cuentan el día a día desde Washington, es pertinente porque la derrota de los candidatos de Donald Trump le dio vida a Biden. Y, como dicen en Buenos Aires algunas criaturas raras del PRO con pasado peronista, también en Estados Unidos el delito no es robar sino perder, igual que en Argentina. Pasa lo mismo en el autoproclamado “reino de la democracia occidental”. Si Biden perdía por paliza, lo iban a acosar con denuncias en el Congreso. Sobre todo acerca de su hijo, que es un empresario y tiene varias causas importantes, que es blanco de acusaciones de los republicanos. Ahora, se supone, no va a haber margen para que esas causas avancen.

¿Por qué sobrevive Biden? Esa es una de las grandísimas preguntas. Algo pasó, algo sucedió, algo que no estaba contemplado o que por lo menos no veían los analistas, la clase dirigente, los medios de comunicación. Incluso, los propios demócratas no lo contemplaban y viveron con temor estas las últimas semanas. ¿Cómo hizo Biden para sobrevivir cuando tiene la inflación más alta de los últimos 40 años? Es un fenómeno que, lo sabemos en la Argentina, es global. Sin embargo, para Estados Unidos una inflación de 7,7%, de 8%, de 8,5% anual es una inflación demencial. Eso impacta en la base de la población, en los precios de los alimentos, de los combustibles, de los alquileres. También tiene otras consecuencias porque Estados Unidos tiene un mercado de trabajo saturado. Hasta hace muy poco estaba a tope. 

Esa característica de mucho empleo con mucha inflación potencia también, como nunca, las luchas sindicales como nunca en los últimos 40 años. Lo vimos con conflictos importantes en grandísimas empresas como Amazon, Starbucks o Apple. Son conflictos protagonizados por una nueva generación de afroamericanos y latinos, que sorprenden incluso a los escépticos, porque son algo inédito, una situación económica y social muy novedosa para Estados Unidos. 

A todo eso sobrevivió Biden. Pese a que es un Presidente muy mayor, subestimado por propios y extraños. Tiene mala imagen. No puede aprobar los proyectos como quisiera. Es ridiculizado por gran parte de los medios más poderosos, alineados en muchos casos con Trump, aunque no en todos.

¿Qué fue lo que pasó? Todavía es materia de discusión, es temprano para saberlo. Una conclusión posible sería “no es la economía, estúpido”, a contramano de lo que en su momento planteaba Bill Clinton. Porque si fuera por la economía, los demócratas tendrían que haber perdido por paliza. 

Otra conclusión posible viene atada a una pregunta: ¿ganó Biden o perdió Trump? Porque Trump había ganado con sus candidatos en las internas primarias de los republicanos, con candidatos que en Estados Unidos son considerados extremistas como él. Sobre todo, porque porque son negacionistas, niegan la legitimidad de Biden como Presidente. Dicen que Biden no ganó, que lo hizo con fraude. Con ese discurso hicieron campaña y ganaron las primarias en muchos Estados. Pero esto es lo que ilusiona a algunos abanderados del centro en todas partes, en Argentina también: cuando esos candidatos del trumpismo puro compitieron en las elecciones generales, perdieron las elecciones. Es lo que pueden estar mirando algunos en el PRO, que sostienen que Larreta es mejor candidato que Bullrich, por ejemplo. 

Cuando esos candidatos que habían arrasado en las primarias, en las internas republicanas, fueron a competir por el voto independiente en la elección más general, salieron muy mal parados. Sobre todo, en cuatro Estados clave. Pensilvania, un Estado fundamental en los últimos años; New Hampshire, Georgia y Arizona. Ahí perdieron los candidatos de Trump; o no ganaron como se pensaba, como se suponía.

Especialmente en Arizona, donde competía Kari Lake, una expresentadora y periodista de Fox que tiene una presencia muy fuerte. Incluso suena como eventual candidata a Vicepresidenta de Trump. Todavía no se conocen los resultados finales en ese Estado.

Hasta ahora y desde hace muchos años, se puede decir que Trump se lleva puesto al Partido Republicano. Si le va bien o si le va mal, así le va al Partido Republicano. Por eso, el establishment republicano, el Partido y sus exponentes lo rechazan pero no tienen forma de liberarse de él hasta hoy, por lo menos, cuando aparece  Ron DeSantis como uno de los grandes ganadores de esta elección en Florida. Un pequeño Trump, tal vez más previsible, que tiene 44 o 45 años, y que fue reelecto para un segundo mandato por casi 20 puntos sobre los demócratas. Ya había ganado hace cuatro años con el apoyo de Trump, pero por muy poco. Ahora gana sin el apoyo de Trump, que lo ataca, porque hace tiempo que son rivales. DeSantis es la esperanza del establishment republicano para liberarse de Trump.

Un Trump que de todas maneras no va a ser fácil jubilar o hacer que se retire. Muchos le temen en el Partido Republicano su capacidad de daño, no se animan a desafiarlo —cualquier parecido con la Argentina no es quizás pura casualidad. Hasta Trump decía la semana pasada que se iba a lanzar como candidato a Presidente, incluso antes de las elecciones, lo cual hizo correr un frío por la espalda de los republicanos. Al final no lo hizo. Ahora dicen que, aún pese a esta derrota de sus candidatos, el martes que viene hará un lanzamiento prematuro para candidato a Presidente. 

Otras razones importantes para este resultado es el voto de las mujeres en contra del fallo de la Corte que dio marcha atrás con 50 años de derecho al aborto en Estados Unidos. Salieron a votar las mujeres en muchos Estados de todo el país. Desde este fallo, hace varios meses que las mujeres, el activismo, el feminismo están en alerta y movilización. Las latinas tienen un papel importante, y muchos piensan que fue, en efecto, uno de los grandes motores de la recuperación demócrata. Uno de los pocos motivos que encontraron los demócratas contra la Corte Suprema conservadora, que tiene jueces en su mayoría trumpista.

Finalmente está el voto a favor de la democracia. Como si el ataque al Capitolio, cuando perdió Trump las elecciones presidenciales, y la campaña trumpista con denuncias de fraude, diciendo que Biden robó la elección presidencial del 2020, hubiera cruzado un límite. Este es uno de los factores que se menciona mucho como explicación de esta remontada de los demócratas. Es difícil para un extranjero entender el concepto de “democracia” en Estados Unidos, un país donde todos los gobiernos destinan miles de millones de dólares, aprobados por los dos partidos en el Congreso, para hacer la guerra dónde sea. Ahora en Ucrania, pero antes en tantos otros lugares del planeta, donde no todos votan ni tienen posibilidad de votar, donde no todos acceden a lo básico. Sin embargo, la palabra “democracia” tiene todavía una presencia fundamental y todo el tiempo se la menciona. 

Nota al pie, quizás para revisar, discutir, pensar, es la extraña fortaleza de algunos oficialismos si uno mira lo que pasó en Brasil, si uno mira lo que pasa ahora en Estados Unidos. Como si a la salida de la pandemia ya no estuvieran condenados los oficialismos a perder sí o sí. Obviamente, perdió Bolsonaro, pero lo hizo con un nivel de votos que sorprendió a muchos. Acá, otra vez, la sorpresa de este oficialismo maltrecho, con una economía con problemas muy grandes —porque además la salida contra la inflación es subir la tasa de interés, y eso lleva a Estados Unidos a una recesión, lo que empieza a debilitar los índices de empleo, entre otras cosas. Pese a todo eso, en esta elección a Biden le fue mejor que a Clinton y que a Obama.

Por último, el voto latino es clave también. Se habla todo el tiempo, es la obsesión de los dos partidos, de los estrategas, de los consultores. Hoy los latinos son 62 millones de personas, según el último censo del año pasado que cité en el editorial de pasada en Fuera de Tiempo, en una población total de alrededor de 350 o 400 millones de personas, según distintas mediciones. Pero no todos los latinos que viven en Estados Unidos pueden votar. Había 35 millones habilitados para votar, la mitad más o menos de los 62 millones. Hay Estados donde hay muchas trabas para votar, como en Texas, donde tienen que estar registrados un mes antes de las elecciones. 

Los latinos son alrededor del 19% de la población en Estados Unidos, a nivel nacional. Pero son el 9% de los representantes, de los legisladores en la Cámara de Representantes, y el 6% de los senadores. Ocupan posiciones de poder pero están muy subrepresentados los latinos en Estados Unidos, a la vez que son una población en ascenso y que, muchos piensan, van a ser la mayoría de la población en 10 o 20 años. 

En Estados como Texas, por ejemplo, los latinos ya son más que los blancos. Por primera vez este año, según el censo, son más del 40% de la población. Pero hay una distinción fundamental que hay que entender. Como me decía Héctor De León, consultor mexicano que vive hace mucho en Houston, el pueblo latino supera a los blancos en cantidad de habitantes pero no en cantidad de votantes. 

El voto latino es la clave porque, se sabe, el voto de los afroamericanos, por tradición, siempre está destinado a los demócrata y el voto de los blancos tiene una preminencia muy clara a favor de los republicanos: los latinos son el gran botín. El voto de los latinos es una especie de marea de la que se habla de manera indiferenciada pero es imposible pensarlos en bloque, porque hay mexicanos pero también cubanos, venezolanos, puertorriqueños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, costarricenses, peruanos, colombianos. De América del Sur, por supuesto, también hay. Y tienen distinta ideología, distinta edad, distinta religión, distinto género y tienen distinta clase social. 

En la previa de esta elección, estaba muy presente la idea de que los latinos habían abandonado a los demócratas e iban a votar a los republicanos porque Trump había ganado el voto de los latinos, o había aumentado la proporción de latinos que votaban  a Trump en los últimos años. Tuvo el 37% del apoyo de los latinos en 2020. Había tenido el 29% en 2016, un salto de 8 puntos. Y se hablaba mucho del giro a la derecha de los latinos, se hablaba de que los latinos no votan. Son realidades, datos, pero también parcialidades.

¿Por qué los latinos votan a los republicanos? Hay muchísimas razones. Por un lado, hay latinos que rechazan la inmigración. Como también me decía el politólogo Jeronimo Cortina en una entrevista que le hice para LPO: “Está el caso del migrante que no quiere a los migrantes”. El que pasó de una condición a otra y rechaza a los que parecen sus iguales o eran sus iguales. También es un fenómeno que pasa en todos lados. 

Después hay otras razones. Me decía una consultora latina que se llama Laura Barberena, que trabajó en campañas con Obama y con los Clinton, que en los focus groups aparecía la idea de que los demócratas se parecían demasiado a los republicanos. Defendían a las corporaciones, a las empresas, a Wall Street, a una política dura en la frontera, porque Biden no cambió demasiado la política de Trump. Al contrario, la mantuvo en muchos aspectos porque no pudo, no supo, no quiso. Usó primero el Título 42 para impedir el ingreso de los latinos, una vieja norma que desempolvó Trump durante la pandemia y que Biden mantuvo hasta hace muy poco. Incluso, siguió con la construcción del muro que había iniciado su predecesor. Entonces, claro, muchos latinos piensan que los demócratas se parecen demasiado a los republicanos.

Lo concreto en esta elección fue el respaldo de forma mayoritaria a los demócratas, como siempre. Pesaron mucho los jóvenes latinos y las mujeres, como decía. Los trabajadores y las trabajadoras también.

Finalmente, para terminar este largo editorial de Fuera de Tiempo, retomo una pregunta que se hacía un columnista norteamericano que escribe en The American Prospect: “¿Acabamos de salvar a la democracia?”. Lejos de eso porque, más allá de que hayan perdido los candidatos de Trump, hay un montón de dificultades en esta democracia, restringida en muchísimos aspectos. Una democracia en la que no hay límites para gastar miles de millones de dólares en campaña. Es muy difícil ser candidato si uno no tiene decenas de millones de dólares para que lo respalden. No hay demasiadas cuentas que rendir en los PAC, los comités de acción política. No se rinde de dónde surgen esos fondos o cómo los destinan. Incluso, es legal que un PAC demócrata financie a los republicanos para hacer perder a los rivales o hacer ganar a los trumpista, o viceversa, que los republicanos financien ciertas candidaturas demócratas para debilitar a los candidatos más peligrosos. Todo esto es parte de una democracia extraña, pero central y poderosísima.

Todo esto tiene consecuencias sobre la región, que seguramente ya son analizadas. Festejan los aliados de Biden. Pero no está dicha la última palabra, hacia 2024, cuando son las presidenciales, porque fue bastante extraña esta recuperación de los demócratas. Hay que ver hasta cuándo va a tener Biden el respaldo que tuvo en estas elecciones. 

Biden superó un test difícil pero todos los problemas que tiene la democracia en Estados Unidos siguen sobre la mesa. Eso también es algo que tanto en la región como en la Argentina sigue siendo una coincidencia muy fuerte.  

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